El glamour frío de la mansión Korhan se ha convertido en el telón de fondo de una traición íntima. En el ala de las habitaciones, en el angosto pasillo que une sus cuartos, Seyran (aún en el shock de su nueva realidad) y Suna (su hermana, cuyo rostro es una máscara de resentimiento y envidia) se encuentran cara a cara.

La luz artificial del pasillo es cruda y subraya la tensión amarga entre ellas.

Suna se adelanta, sus ojos llameantes de una mezcla de dolor antiguo y celos ardientes. Ella fue la prometida original de Ferit, y el recuerdo de su humillación es el veneno que ahora escupe.

“Disfruta tu vida, Seyran,” dice Suna, su voz baja y siseante, apenas un susurro cargado de odio concentrado. “Disfruta de la mansión, de los diamantes, del apellido que me fue arrebatado.”

Seyran la mira con una profunda tristeza. Ella no buscó esta vida, pero entiende la herida de su hermana. “Suna, por favor. Sabes que yo no quería esto. Yo no te robé nada. Fuimos ambas víctimas de nuestro padre y de esta familia.”

“¡Víctimas!” Suna se ríe, un sonido histérico y sin alegría. “No, Seyran. ¡Tú eres la elegida! ¡La que tiene la corona! Yo iba a casarme con Ferit. Yo iba a ser la señora Korhan. ¡Y ahora tú tienes su atención!”

Seyran se acerca, desesperada por tender un puente. “¿Atención? ¿Crees que esto es atención? Es una jaula llena de desprecio y de reglas que nos asfixian. Ferit me odia. Él no me ve. Solo ve el trofeo que le impusieron.”

“¡Mientes!” Suna eleva la voz, la frustración explotando en un grito. “¡Te mira! Te mira con ese fuego en los ojos que nunca tuvo por mí. Te desafía de una forma que a mí nunca me desafió, y eso es lo que te hace interesante para él. ¡Lo tienes atado con esa tuya rebeldía que yo nunca pude mostrar!”

Suna da un paso brusco hacia Seyran. “Y ahora, Seyran, tienes que pagarme por el dolor que me causaste al ser tú la elegida. Tienes que hundirte para que yo pueda respirar un poco.”

Seyran retrocede, horrorizada por la virulencia del ataque. “¿Qué quieres decir? ¿Qué vas a hacer?”

El rostro de Suna es de una determinación fría. “Voy a hacer lo que sea necesario para recordarle a Ferit quién soy. Voy a usar mi dolor para destruir esta farsa de matrimonio. Si tú no puedes tener la felicidad que yo perdí, yo me aseguraré de que no tengas ningún consuelo.”

De repente, una puerta se abre y Ferit sale, ajeno al drama en el pasillo. Se detiene en seco, viendo a las dos hermanas enfrentadas, sus caras pálidas y cargadas de emoción.

“¿Qué está pasando aquí?” pregunta Ferit, con su habitual tono de fastidio. Él las mira, sin comprender que él es el catalizador de la furia de Suna y el sufrimiento de Seyran.

Suna, viendo su oportunidad, se recompone rápidamente. Su rostro cambia a una expresión de víctima, las lágrimas brotando artificialmente. “Nada, Ferit. Solo… Seyran me estaba regañando por no ser lo suficientemente fuerte para esta vida. Me hace sentir… tan inútil.”

Seyran mira a Suna con una mirada de pura traición. Su hermana acaba de usar la mentira para atraparla en la mirada de Ferit.

Ferit se vuelve hacia Seyran, su voz acusatoria. “¿Es cierto, Seyran? ¿Estás acosando a tu hermana? ¿Tan rápido te has acostumbrado a tu poder de señora Korhan?”

Seyran intenta hablar, pero las palabras se atascan en su garganta, ahogadas por la rabia y la impotencia. Suna ha ganado la primera batalla, usando la manipulación para poner a Ferit en su contra.

“¡No es cierto, Ferit! Ella está…!”

Ferit la interrumpe, frío y definitivo. “No quiero escuchar excusas. Pide disculpas a Suna. Ahora. O se lo diré a mi abuelo.”

Seyran mira la cara triunfante de Suna y el rostro acusador de Ferit. El dolor de la traición es más fuerte que el dolor de su matrimonio. Ella ha sido traicionada por la única persona que le quedaba.

“Lo siento, Suna,” dice Seyran, su voz vacía de sinceridad, llena solo de una promesa de venganza. Ella sabe que este enfrentamiento es solo el comienzo de la guerra entre ellas. Ferit es la causa, pero la batalla es entre hermanas. El drama en la mansión se intensifica.