Sueños De Libertad ¡Gabriel Acorralado! Avance 7 de Octubre

La mañana en la cárcel de San Miguel comenzó como cualquier otro día, pero para Gabriel, la sensación de inminente peligro se cernía sobre él como una sombra oscura. El ambiente era tenso; los murmullos de los prisioneros se mezclaban con el sonido de las puertas de acero al cerrarse, creando un eco que resonaba en su mente. Gabriel sabía que su tiempo se estaba agotando, y que cada minuto que pasaba lo acercaba más a un desenlace inevitable.

Sueños de libertad', avance semanal del 6 al 10 de octubre: del embarazo de  Begoña a la verdad sobre Gabriel

La trampa

Desde que había llegado a la prisión, Gabriel había sido objeto de constantes amenazas. Su nombre había resonado en las calles, y aquellos que habían estado involucrados en el caso que lo había llevado a la cárcel no estaban dispuestos a dejarlo vivir en paz. “No puedes escapar de tu pasado, Gabriel”, le habían dicho algunos, con sonrisas burlonas que ocultaban intenciones oscuras.

Esa mañana, un viejo amigo de la infancia, Juan, visitó a Gabriel en el patio. Juan había sido un aliado durante los días más difíciles, pero ahora, su mirada era sombría. “Gabriel, hay rumores de que alguien está planeando hacerte daño”, advirtió, su voz apenas un susurro. “Tienes que tener cuidado. No puedes confiar en nadie aquí”.

Gabriel sintió un escalofrío recorrer su espalda. “¿Quiénes son? ¿Qué están planeando?”, preguntó, su voz tensa. Sabía que el entorno carcelario era un lugar donde la lealtad era efímera y la traición, moneda corriente.

“No lo sé con certeza, pero he escuchado que algunos de los prisioneros están enojados contigo por lo que sucedió afuera. No están dispuestos a dejarlo pasar”, respondió Juan, mirando a su alrededor con desconfianza. “Debes estar alerta”.

La confrontación

A medida que el día avanzaba, Gabriel se volvió más cauteloso. Cada paso que daba dentro de la prisión parecía estar bajo el escrutinio de miradas hostiles. En el comedor, mientras intentaba comer algo, notó a un grupo de hombres en la esquina, riendo y hablando en voz baja. Sus miradas lo seguían, y Gabriel sintió que la tensión aumentaba en su pecho.

Fue entonces cuando uno de ellos, un hombre robusto llamado “El Lobo”, se acercó. “Mira quién tenemos aquí, el gran Gabriel. ¿Creías que podrías venir aquí y no enfrentar las consecuencias de tus acciones?”, dijo, su voz resonando con desprecio.

Gabriel se mantuvo firme. “No estoy aquí para pelear, Lobo. Solo quiero cumplir mi condena y salir de aquí”, respondió, tratando de mantener la calma.

“Eso no depende de ti, amigo. Hay quienes no olvidan, y tú has hecho muchos enemigos”, dijo El Lobo, sonriendo de manera amenazante. “Te aconsejo que te cuides”.

El plan de escape

Con el corazón latiendo con fuerza, Gabriel decidió que no podía esperar a que la situación se volviera más peligrosa. Esa noche, se reunió con Juan en un rincón apartado del patio. “Necesitamos un plan. No puedo quedarme aquí y esperar a que me hagan daño”, dijo Gabriel, sintiendo que la desesperación comenzaba a apoderarse de él.

Juan asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. “He estado pensando en eso. Hay una forma de salir, pero es arriesgada”, explicó. “La vigilancia es más laxa durante la hora de la cena. Si logramos distraer a los guardias, podríamos tener una oportunidad”.

Gabriel sintió que la adrenalina comenzaba a fluir. “¿Qué necesitas que haga?”, preguntó, decidido a luchar por su libertad.

“Necesitamos que alguien cree una distracción en el comedor. Mientras todos estén ocupados, podemos movernos hacia la salida trasera”, dijo Juan, su mirada firme. “Pero debemos ser rápidos. No hay tiempo que perder”.

La noche de la verdad

La noche llegó, y el ambiente en la prisión era tenso. Gabriel y Juan se prepararon para llevar a cabo su plan. Mientras los prisioneros se dirigían al comedor, un grupo de ellos comenzó a murmurar entre sí, y Gabriel sintió que la oportunidad estaba cerca. “Ahora o nunca”, pensó.

En el comedor, Juan hizo un gesto a Gabriel. “Es hora”, susurró. Con un último vistazo, Gabriel se dirigió hacia la mesa donde El Lobo y su grupo estaban sentados. “¡Oye, Lobo! ¿Qué pasa? ¿Tienes algo que decirme?”, gritó, tratando de provocar una reacción.

El Lobo se volvió, sorprendido. “¿Qué quieres, Gabriel? ¿Quieres pelear?”, dijo, levantándose de su asiento. La tensión creció en el aire, y los demás prisioneros comenzaron a rodearlos, expectantes.

“Solo quiero que sepas que no tengo miedo de ti ni de tus amenazas”, respondió Gabriel, sintiendo que la rabia lo impulsaba. “Si tienes algo que decir, dímelo de frente”.

La distracción

Mientras la confrontación se intensificaba, Juan aprovechó la oportunidad. Con un grito, comenzó a lanzar platos al suelo, creando un caos inmediato. “¡Fuego! ¡Fuego en la cocina!”, gritó, señalando hacia la parte trasera del comedor.

Los guardias, confundidos y alarmados, se lanzaron hacia la cocina, dejando el comedor desprotegido. Gabriel sintió que su corazón latía con fuerza mientras miraba a Juan. “¡Ahora!”, gritó, y ambos se lanzaron hacia la salida trasera.

Corrieron por los pasillos oscuros, sintiendo el eco de sus pasos resonar en las paredes. “No mires atrás”, dijo Gabriel, sintiendo que la adrenalina lo empujaba. Sabía que la libertad estaba a solo unos pasos, pero el riesgo era extremo.

La persecución

Sin embargo, el plan no salió como esperaban. A medida que se acercaban a la puerta de salida, escucharon gritos detrás de ellos. “¡Deténganse! ¡Vuelvan aquí!”, resonó la voz de un guardia. Gabriel sintió que el pánico lo invadía.

“¡Corre!”, gritó Juan, y ambos aceleraron el paso. La salida estaba cerca, pero el sonido de las botas de los guardias resonaba cada vez más cerca. “No podemos dejar que nos atrapen”, pensó Gabriel, sintiendo que la libertad se escapaba de sus manos.

Al llegar a la puerta, Gabriel forcejeó con la cerradura. “¡Vamos, vamos!”, gritó, sintiendo que el tiempo se agotaba. Finalmente, la puerta se abrió, y ambos salieron al aire fresco de la noche.

La libertad y la traición

Una vez fuera, la adrenalina los impulsó a seguir corriendo. Sin embargo, Gabriel no podía sacudirse la sensación de que algo no estaba bien. “Juan, ¿dónde estamos?”, preguntó, sintiendo que la incertidumbre comenzaba a consumirlo.

“Debemos seguir corriendo. Hay un coche esperando en la calle”, respondió Juan, su voz llena de urgencia. Pero mientras corrían, Gabriel sintió que algo no encajaba. “¿Por qué no me dijiste que tenías un plan para salir? ¿Por qué no me dijiste que había un coche esperando?”, preguntó, sintiendo la desconfianza crecer en su interior.

“Lo hice por tu bien, Gabriel. No quería que te preocuparas”, respondió Juan, pero su tono no sonaba convincente.

La verdad sale a la luz

De repente, un grupo de hombres apareció ante ellos, bloqueando el camino. Gabriel se detuvo en seco, sintiendo que el horror se apoderaba de él. “¿Qué está pasando?”, preguntó, su voz temblando.

“Lo siento, Gabriel. No hay salida para ti”, dijo Juan, su mirada llena de traición. “Esto era parte del plan. Te vendí a ellos”.

El mundo de Gabriel se desmoronó en ese instante. “¿Por qué, Juan? ¡Éramos amigos!”, gritó, sintiendo que la traición lo atravesaba como un cuchillo.

“Necesitaba el dinero. No hay otra forma”, respondió Juan, sintiendo que la culpa comenzaba a consumirlo. “Lo siento, pero no puedo dejar que te escapes”.

El enfrentamiento final

Gabriel, sintiendo que la furia lo invadía, se preparó para luchar. “No dejaré que me atrapes”, dijo, su voz llena de determinación. “No me rendiré”.

Los hombres comenzaron a acercarse, y Gabriel se lanzó hacia adelante, dispuesto a luchar por su libertad. La lucha se desató en medio de la oscuridad, y cada golpe resonaba con la desesperación de un hombre que se negaba a ser derrotado.

Mientras la pelea continuaba, Gabriel sintió que el tiempo se detenía. Sabía que su vida dependía de ese momento, y no podía permitir que la traición lo detuviera. Con un último esfuerzo, logró deshacerse de sus atacantes y corrió hacia la libertad, dejando atrás la traición y el dolor.

La huida

Con el corazón latiendo con fuerza, Gabriel se perdió en la noche, sintiendo que la libertad estaba más cerca que nunca. Aunque la traición de Juan lo había marcado, sabía que debía seguir adelante. La lucha por su vida apenas comenzaba, y estaba decidido a no dejar que el pasado lo definiera.

Mientras corría, sintió que la esperanza comenzaba a renacer en su interior. “No voy a rendirme. No hoy”, pensó, sintiendo que la determinación lo impulsaba a seguir adelante. La libertad era su sueño, y estaba dispuesto a luchar por ella a cualquier costo.

La historia de Sueños de Libertad continuaba, llena de giros inesperados y decisiones difíciles. Gabriel había enfrentado la traición y el peligro, pero su espíritu indomable lo llevaba hacia adelante. ¿Lograría finalmente alcanzar la libertad que tanto anhelaba, o el destino tenía otros planes para él? Solo el tiempo lo diría.