Sueños de Libertad Capítulo 435 (La Decisión de Joaquín Destruye a su Familia)

El estudio de la casona De la Reina era un lugar de penumbra, incluso a plena luz del día. Joaquín, el patriarca de la rama familiar menos favorecida, estaba de pie junto a la chimenea apagada, sus manos agarrando el borde de la repisa de mármol como si su vida dependiera de ello. Su rostro, habitualmente marcado por una resignación taciturna, estaba ahora contorsionado por una mezcla tóxica de miedo, desesperación y una terrible, terrible determinación.

Frente a él, sentada en un sillón de cuero, estaba Elena, su esposa. Sus ojos, antes brillantes y llenos de sueños sencillos, estaban opacos, empañados por las lágrimas no derramadas. Había escuchado el preámbulo, las excusas envueltas en la jerga de los negocios, pero el golpe aún estaba por venir.

ELENA

(Su voz era baja, un susurro de incredulidad)

Joaquín, por favor… dime la verdad. ¿Qué ha pasado con las tierras? Creía que tenías un plan, que el acuerdo con esos… esos inversores, nos salvaría.

JOAQUÍN

(Evitaba mirarla, su voz áspera y desprovista de emoción)

El plan… el plan falló, Elena. Como siempre. Los inversores… se echaron atrás. No confiaron en mi capacidad para sacar a flote algo que Damián ya había marcado como perdido.

ELENA

(Se levanta bruscamente, el sonido de la tela al moverse rompe el silencio)

¡No mientas! Los papeles… los vi. Tú firmaste la venta. No a unos inversores, Joaquín. ¡A Brosar! ¡Al enemigo de la familia! ¿Por qué? ¿Para qué has vendido la única herencia que le quedaba a nuestros hijos?

Joaquín se giró lentamente. Sus ojos eran fríos, implacables, pero en el fondo había un pánico latente.

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JOAQUÍN

(Con una frialdad calculada, una máscara de cinismo)

¿Herencia? ¿De qué herencia hablas, Elena? Deudas, eso era todo. Deudas que nos ahogarían a todos. El banco iba a embargar la casa familiar, los campos… Todo.

ELENA

(Con la voz quebrándose)

Pero… las tierras de los abuelos… Siempre dijiste que eran intocables. Que en esos olivos estaba el futuro de nuestros hijos. Podríamos haber luchado. Podríamos haber pedido ayuda a Damián.

JOAQUÍN

(Estalla en una risa seca, sin alegría)

¡Damián! ¿Pedirle ayuda a Damián? ¿Y humillarme por última vez? ¡No! Jamás. Esto… esto es lo que tenía que hacer.

Se acercó a ella, agarrándola por los brazos. La fuerza en su agarre era sorprendente, casi violenta.

JOAQUÍN

¡Mírame! Firmé esos papeles… porque Brosar me hizo una oferta que no pude rechazar. Una suma… lo suficiente para pagar todas nuestras deudas. Todas. Y un poco más para que tú y los niños no tuvierais que mendigar a los De la Reina.

ELENA

(Luchando por liberarse, las lágrimas finalmente cayendo)

¡No! ¡Tú lo has vendido! ¡Has vendido nuestra dignidad! ¡Tú has entregado el alma de esta familia a Brosar! ¡El dinero no importa! ¿Sabes lo que esto significa, Joaquín? Significa que no tenemos nada.

Se liberó y retrocedió, su pecho agitándose por el llanto.

ELENA

Esto es la traición definitiva. No a Damián, ni a la fábrica. ¡A mí! ¡A tu propia sangre! ¿Cómo vamos a mirar a nuestros hijos a la cara? ¿Cómo les decimos que su padre, por salvar su pellejo, ha hipotecado su futuro por un puñado de monedas de Brosar?

La mención de sus hijos, especialmente del pequeño, hizo mella en la armadura de Joaquín. El pánico en sus ojos se hizo más evidente.

JOAQUÍN

(Su voz se vuelve suplicante, una fisura en su frialdad)

Lo hice por vosotros. ¡Para mantener la casa! ¡Para que pudiéramos seguir viviendo! Era la única salida. Si Damián se enteraba de lo mal que estábamos, nos habría aplastado, nos habría dejado en la calle. ¿No lo entiendes? ¡Tenía que elegir!

ELENA

(Señalándole con un dedo acusador, con una rabia fría y devastadora)

Elegiste. Elegiste la comodidad por encima del honor. Elegiste la cobardía por encima de la lucha. Elegiste ser un traidor, Joaquín. Y esa decisión… esa decisión nos destruye. Nos has condenado al desprecio de toda la familia, al exilio emocional.

En ese momento, la puerta del estudio se abrió tímidamente y su hija, Claudia, de apenas catorce años, se asomó, alarmada por los gritos.

CLAUDIA

(Tímida)

¿Mamá? ¿Papá? ¿Qué pasa?

La presencia de su hija fue un golpe físico para Elena. Miró a Joaquín, y luego a la niña. La verdad era ya demasiado grande para contenerla.

ELENA

(Dirigiéndose a Joaquín, cada palabra un martillo)

Esto es lo que has hecho. Has destruido nuestro nombre. Y ahora… tienes que vivir con ello. Yo… yo ya no puedo.

Se acercó a Claudia, tomó su mano y la miró con una profunda tristeza.

ELENA

(A Joaquín, sin una pizca de amor en su mirada)

Nos vamos. Te quedarás con tu dinero. Te quedarás con esta casa, que ahora es una jaula de deudas emocionales. Pero no me pidas que siga compartiendo el apellido de un traidor.

Tiró su anillo de bodas sobre la alfombra, el sonido del metal sobre la lana fue un epitafio. Tomó a Claudia, cuyo rostro estaba ahora confuso y asustado, y salió del estudio sin mirar atrás.

Joaquín se quedó solo, inmóvil. El anillo brillaba débilmente en el suelo. Se acercó a él, lo recogió con un temblor, sintiendo el vacío en su mano. Había salvado las finanzas, había pagado las deudas, pero a un coste infinitamente mayor. El silencio de la casa, una vez lleno de la calidez de su familia, era ahora opresivo, frío.

JOAQUÍN

(Susurrando, el miedo real apoderándose de él)

Lo hice… lo hice por salvaros.

Pero la verdad, grabada a fuego en su alma, era que había salvado su propio pellejo y, al hacerlo, había perdido todo lo que hacía que su vida valiera la pena.

La decisión de Joaquín no había salvado a su familia, la había aniquilado.