Sueños de Libertad Capítulo 417 (Begoña y Gabriel corren a salvar a Andrés)

La noche se había apoderado del pequeño pueblo, y las sombras se alargaban en cada esquina. Begoña miró por la ventana de su casa, el corazón latiéndole con fuerza. Sabía que algo no estaba bien. Andrés, su hermano, había salido esa tarde y no había regresado. La preocupación la consumía, y un presentimiento oscuro se cernía sobre ella.

Sueños de libertad” avance semanal del 13 al 17 de octubre: Andrés y Gabriel,  al borde de la muerte... ¿quién sobrevivirá?

“Gabriel, tenemos que salir a buscarlo”, dijo Begoña, girándose hacia su amigo, que estaba sentado en el sofá, absorto en sus pensamientos. Gabriel, siempre tan sereno, levantó la mirada y asintió. “Tienes razón. No podemos quedarnos aquí sin hacer nada.”

Ambos se pusieron abrigos y salieron a la calle. El aire frío de la noche les golpeó el rostro, y la luna llena iluminaba tenuemente su camino. Mientras caminaban, la mente de Begoña estaba llena de recuerdos de su infancia con Andrés. Siempre había sido el protector, el que se aseguraba de que nunca le faltara nada. Ahora, era su turno de cuidar de él.

“¿Dónde crees que pudo ir?”, preguntó Gabriel, rompiendo el silencio. Begoña se detuvo un momento, pensando. “Siempre le gustó explorar el viejo molino en las afueras del pueblo. Tal vez fue allí.”

Sin perder tiempo, ambos se dirigieron hacia el molino. Mientras corrían, la ansiedad crecía en el pecho de Begoña. “¿Y si le ha pasado algo? No puedo imaginarlo…” Su voz se quebró, y Gabriel la miró con preocupación.

“No pienses así. Vamos a encontrarlo. Estoy seguro de que solo está un poco retrasado”, intentó calmarla, pero su propia voz temblaba. La posibilidad de que Andrés estuviera en peligro era una sombra que los seguía.

Cuando llegaron al molino, la estructura se alzaba como un fantasma en la oscuridad. Las aspas del molino chirriaban con el viento, y el sonido era inquietante. Begoña sintió un escalofrío recorrer su espalda. “Andrés, ¿estás aquí?”, gritó, su voz resonando en la noche. No hubo respuesta.

“Vamos a entrar”, dijo Gabriel, y Begoña asintió, aunque la idea de entrar en aquel lugar abandonado le daba miedo. Juntos, empujaron la puerta, que chirrió al abrirse. El interior estaba oscuro y lleno de polvo, y el aire olía a humedad y abandono.

“Andrés, ¿estás aquí?”, volvió a llamar Begoña, con la esperanza de que su hermano respondiera. Caminaron con cautela, iluminando el camino con sus teléfonos móviles. Las sombras danzaban a su alrededor, y cada crujido de la madera los hacía saltar.

De repente, un ruido sordo resonó en el piso superior. Begoña y Gabriel intercambiaron miradas. “¿Lo has oído?”, preguntó Gabriel, su voz apenas un susurro. Begoña asintió, el corazón en la garganta. “Sí, vamos a ver.”

Subieron las escaleras, cada paso resonando en el silencio. Cuando llegaron al piso superior, encontraron una habitación oscura. “Andrés, ¡responde!”, gritó Begoña, la desesperación apoderándose de ella. En ese momento, una sombra se movió en la esquina de la habitación.

“¡Begoña!”, una voz familiar resonó en la oscuridad. Era Andrés. Aliviada, Begoña corrió hacia él, pero su alegría se desvaneció al ver su estado. Estaba atado a una silla, con una herida en la frente que sangraba ligeramente.

“¡Andrés! ¿Qué te ha pasado?”, exclamó, mientras Gabriel se apresuraba a desatarlo. “No tengo tiempo para explicaciones. Tienen que irse, están buscando a los que se oponen a ellos.”

“¿Quiénes? ¿Quién te hizo esto?”, preguntó Gabriel, mientras luchaba con los nudos. “No importa, solo tenemos que salir de aquí. Ellos vendrán pronto.”

Begoña miró a su hermano, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. “No vamos a dejarte aquí. Vamos a salir juntos.”

Finalmente, Gabriel logró desatar a Andrés. “¡Rápido! Tenemos que irnos antes de que lleguen!”, dijo, y los tres comenzaron a moverse rápidamente hacia la salida.

Sin embargo, justo cuando estaban a punto de bajar las escaleras, oyeron voces. “¡Vamos, hay que buscarlo! ¡No puede estar lejos!” Las palabras resonaron en el aire, y el pánico se apoderó de Begoña.

“¿Qué hacemos?”, preguntó, su voz temblorosa. “No podemos enfrentarnos a ellos.”

“Debemos escondernos”, sugirió Gabriel, mirando a su alrededor. “Hay una habitación detrás de esa puerta.” Señaló una puerta desgastada al final del pasillo. Sin pensarlo dos veces, los tres se deslizaron dentro y cerraron la puerta con cuidado.

Dentro de la habitación, el silencio era abrumador. Begoña podía escuchar su propio corazón latiendo con fuerza mientras esperaban. “¿Qué vamos a hacer si entran?”, murmuró Andrés, su voz llena de ansiedad.

“Tenemos que ser inteligentes. Si nos encuentran, no habrá forma de escapar”, respondió Gabriel, tratando de mantener la calma. “Solo necesitamos esperar y ver qué hacen.”

Las voces se acercaban, y Begoña sintió que el aire se volvía denso. “No puedo quedarme aquí. Tengo que hacer algo”, dijo, pero Gabriel la detuvo. “No, Begoña. No arriesgues tu vida. Espera.”

Las voces se hicieron más fuertes, y Begoña contuvo la respiración. “¿Y si no salen? ¿Y si nos encuentran aquí?” La desesperación comenzaba a consumirla.

De repente, la puerta se abrió de golpe, y dos hombres entraron en la habitación. Begoña y Gabriel se quedaron paralizados, y Andrés se encogió en su silla. “¿Dónde están?”, preguntó uno de los hombres, su mirada feroz recorriendo la habitación.

“¡Rápido, escóndanse!”, susurró Gabriel, y los tres se agacharon detrás de un viejo armario. El corazón de Begoña latía con fuerza mientras escuchaba a los hombres hablar entre ellos.

“No podemos dejar que se escape. Si lo hacemos, será un problema mayor”, dijo uno de ellos, mientras el otro asintió. “Vamos a revisar cada rincón.”

Begoña sintió que el miedo la invadía, pero también una chispa de determinación. “No podemos dejar que nos atrapen. Si tenemos la oportunidad, debemos salir corriendo”, dijo en un susurro.

Los hombres comenzaron a inspeccionar la habitación, y Begoña sabía que el tiempo se estaba acabando. “Cuando diga tres, corremos hacia la puerta,” dijo Gabriel, y ambos asintieron.

“Uno… dos…”

Justo en ese momento, el hombre que estaba más cerca del armario se giró, y Begoña sintió que el tiempo se detenía. “¡Salgan de ahí!”, gritó, y el terror se apoderó de ella.

“¡Ahora!”, gritó Gabriel, y los tres salieron de su escondite, corriendo hacia la puerta. El hombre trató de detenerlos, pero Begoña y Gabriel empujaron con todas sus fuerzas. La adrenalina los impulsó, y lograron salir al pasillo.

“¡Corre, corre!”, gritó Andrés, y los tres se lanzaron escaleras abajo, sintiendo el peligro pisándoles los talones. El eco de sus pasos resonaba en la estructura, y Begoña sabía que no podían detenerse.

Al llegar al primer piso, vieron la puerta principal abierta, y la luz de la luna iluminaba su camino hacia la libertad. “¡Ahí! ¡Hacia la salida!”, exclamó Gabriel, y corrieron hacia la puerta, sintiendo que la esperanza renacía en sus corazones.

Pero justo cuando estaban a punto de salir, escucharon gritos detrás de ellos. “¡Deténganse!”, resonó la voz de uno de los hombres, y el pánico se apoderó de Begoña.

“¡No mires atrás! ¡Sigue corriendo!”, ordenó Gabriel, y los tres se lanzaron hacia la salida, sintiendo el aire fresco de la noche en sus rostros.

La libertad estaba a solo unos pasos, pero el peligro aún acechaba. Begoña sintió que el mundo giraba a su alrededor mientras corrían, sus corazones latiendo al unísono. No podían permitirse rendirse ahora. Tenían que salvar a Andrés, y juntos, lucharían por su libertad.