Sueños de Libertad Capítulo 416 (Andrés y María: ¿Qué secretos cambiarán su destino en la fábrica?)
La Perfumería De la Reina dormía bajo un manto de neblina. En su interior, sin embargo, el aire estaba cargado, no solo con las notas residuales de sándalo y jazmín, sino con la tensión áspera del acero frío y la culpa no confesada.
Eran las dos de la madrugada. Andrés había entrado en el laboratorio principal, un santuario de probetas y balanzas que ahora le parecía un escenario de crimen. Esperaba. La luz de las farolas que se filtraba por la ventana teñía las paredes de un gris azulado, dando a los frascos de esencias la apariencia de venenos cristalizados.
Cuando la puerta se abrió con un crujido sordo, María entró. No era la María jovial, algo frágil, que conocía toda Lüneburg. Era una mujer vestida de sombra, con los ojos oscuros y grandes, traicionando el insomnio y el miedo. Llevaba en sus manos un grueso cuaderno de cuero, los balances de la producción de perfume de las últimas semanas. El destino de ambos residía entre esas páginas.

Andrés no la saludó. Su silencio era un juicio más duro que cualquier palabra.
“No deberías estar aquí, Andrés. Si alguien nos ve…”, comenzó María, su voz baja y rota.
“¿Nos ve haciendo qué, María?”, la interrumpió Andrés, su tono cortante. Se acercó a una mesa de trabajo y golpeó con un dedo un pequeño vial transparente. Dentro, un líquido viscoso y opaco. “¿Nos ve debatiendo si esta empresa se hunde por fraude, o si se hunde por miseria? Escoge.”
María sintió un escalofrío. Ella sabía lo que el vial contenía. Era el “Lirio Negro”, el sustituto químico ilegal y terriblemente económico que había prometido solucionar todos los problemas de liquidez de la fábrica.
“No es fraude. Es supervivencia”, dijo María, aferrándose al cuaderno. “Las deudas de la Guerra Civil, los embargos, la competencia atroz de la capital… ¡La perfumería estaba muerta! Mi padre se partió el alma para mantenerla a flote. Yo solo… continué su legado.”
Andrés tomó el vial, su expresión era de profunda decepción, una herida personal que se abría. “¿Continuar su legado? ¿Usando un producto que no solo daña la piel, sino que nos expone a la ruina total si un solo químico externo lo analiza? ¿Sabes la multa que pagaríamos? ¿Sabes el estigma que caería sobre el apellido De la Reina?”
María dio un paso hacia él, la desesperación la hacía audaz. “¡Es temporal! Solo hasta que podamos saldar la deuda con el Banco Alemán. Iba a detenerlo. Lo juro. Pero necesitábamos esos márgenes desesperadamente. Tú no lo entiendes, Andrés. Tú siempre has sido el hijo favorito, el militar, el que regresa para heredar el esplendor. Yo soy la hija del sastre, la que tiene que luchar por su lugar en este castillo de cristal y perfume.”
“No me hables de favoritismos”, replicó Andrés, su voz resonando con una amargura contenida. “Mi destino aquí se siente tan forzado como el tuyo. Pero la diferencia, María, es que yo no he puesto a cientos de familias en la cuerda floja por unos márgenes de ganancia sucios. Esta perfumería da trabajo a Lüneburg. Es nuestro deber, nuestro destino ético, protegerla.”
Acto II: El Intercambio de Secretos
El aire entre ellos se volvió explosivo. El “Lirio Negro” no era solo un químico; era la metáfora de su relación. Algo hermoso en la superficie (la promesa de una alianza) pero tóxico en el núcleo (fundamentada en la mentira y el interés).
“¿Y qué vas a hacer, Andrés? ¿Denunciarme a mi propio padre? ¿A tu hermano, Gabriel, que ha estado tan preocupado por los balances?”, lo desafió María, clavándole la mirada. El nombre de Gabriel sonó con un matiz que Andrés no supo descifrar.
Andrés se acercó, obligándola a retroceder hasta chocar con el frío azulejo de la pared. “Voy a hacer lo correcto. Voy a ir con mi padre. Le diré que esto es un cáncer que debe extirparse antes de que mate a la empresa.”
Un brillo extraño, mezcla de terror y triunfo, apareció en los ojos de María. “No, no lo harás. No irás con nadie. Porque mi secreto no es el único que cambiará tu destino, Andrés. El mío es solo la punta del iceberg de esta fábrica.”
Ella abrió el cuaderno de cuero que sostenía. No en las páginas de contabilidad, sino en la última página, una que estaba cubierta por una caligrafía ajena a la suya, y con tinta distinta.
“Este es el secreto que tú no conoces. Y es la única razón por la que he usado el ‘Lirio Negro’”, susurró María, su voz ahora era un hilo de sonido urgente y aterrador.
El papel mostraba una transacción bancaria, fechada tres meses atrás, un mes después de que el “Lirio Negro” se comenzara a usar. No era un pago de deuda. Era un traspaso de acciones de la perfumería De la Reina al nombre de un tal Sr. Brandt de Colonia.
Andrés sintió que la sangre se le helaba. “¿Qué es esto? ¡Esa firma no es de mi padre! ¡Es ilegal! ¿Quién es Brandt?”
“El comprador”, dijo María, la voz temblando por fin. “Cuando las deudas nos ahogaban, no fue mi padre quien introdujo el ‘Lirio Negro’, Andrés. Fue un hombre de Brandt quien lo hizo, un ‘asesor’ que se presentó como nuestro salvador financiero. Él nos forzó a usar el químico para inflar los márgenes y hacer que la empresa pareciera solvente.”
“¿Y a cambio de qué?”, preguntó Andrés, el terror nublándole el juicio.
“A cambio de que mi padre le firmara un poder que, en realidad, era un contrato de venta camuflado. El Sr. Brandt es el dueño mayoritario de la perfumería, Andrés. Él la está exprimiendo hasta secarla para luego vender los terrenos a una constructora de Madrid. Y yo… yo sigo el juego, porque me amenaza con mandar a mi padre a la cárcel por la introducción del químico.”
Acto III: Destinos Unidos por el Peligro
El impacto fue demoledor. El fraude no era un error de María, sino una trampa urdida por un enemigo externo que ya controlaba la empresa.
Andrés miró el vial en su mano. El “Lirio Negro” ya no era el problema; era la señal de que la fábrica estaba siendo atacada desde dentro. Su destino no era heredar un imperio, sino salvar un barco hundiéndose.
Se acercó a María, pero esta vez no con ira, sino con una urgencia compartida. “Brandt… él te está manipulando para arruinar a mi familia. ¿Y no dijiste nada?”
“¿A quién, Andrés? ¿A tu padre, que moriría de un infarto al saber que perdió todo? ¿A Gabriel, que solo ve números y me detesta? Estaba sola. Estaba acorralada.” María dejó caer el cuaderno, y las lágrimas que había contenido toda la noche finalmente se derramaron.
Andrés sintió que el odio que había albergado por ella se disolvía, reemplazado por la obligación y una peligrosa camaradería. Los secretos los habían separado, pero esta revelación los había unido irrevocablemente.
“El destino no se cambia solo con buenas intenciones, María”, murmuró Andrés, mirando a su alrededor, a los tanques de perfume que contenían los sueños y el trabajo de toda una vida. “Se cambia con acciones desesperadas.”
Él tomó el cuaderno de cuero. “El Sr. Brandt piensa que tú eres su peón asustado. Vamos a demostrarle lo equivocado que está.”
Andrés y María se quedaron solos en el laboratorio, unidos por el peso del secreto, por la amenaza del Sr. Brandt, y por la urgente necesidad de desmantelar la traición antes de que la perfumería De la Reina, y con ella Lüneburg, cayera en el abismo. Sus destinos ya no eran separados; ahora eran uno, marcado por el peligro y sellado por la verdad a medianoche.
