Sueños de Libertad Capítulo 416 (Andrés y María: ¿Qué secretos cambiarán su destino en la fábrica?
En este capítulo, la tensión alcanza niveles inesperados. La historia comienza en la galería de la casa de la familia Reina, un espacio que parece tranquilo a simple vista, pero donde cada gesto y mirada está cargada de significados ocultos. María se encuentra al teléfono, reorganizando su cita de rehabilitación. Aunque su voz parece tranquila, un ligero temblor delata su nerviosismo. Sus palabras son precisas, pero la tensión en su rostro y postura revela que algo está por cambiar.
De repente, la puerta de la galería se abre y Andrés aparece en el umbral. María lo observa un instante, sorprendida, mientras él la mira fijamente, sin decir palabra. Finalmente, rompe el silencio con un tono serio: “¿Por qué cambiaste tu cita de rehabilitación?” María cuelga el teléfono con calma y responde con firmeza: “Necesito reunirme con el asesor para resolver unos asuntos de la cartera de Julia. Aprovecharé el viaje para eso.” Andrés frunce el ceño, preocupado, y le ofrece acompañarla: “¿Quieres que te acompañe?” Ella se apresura a negarlo. “No, gracias, Gabriel Milvara.”
La confusión y sorpresa se dibujan en el rostro de Andrés. “¿Y por qué Gabriel y no yo?” pregunta con incredulidad. María, segura de su decisión, explica: “Tengo que hacer unos trámites en Madrid, y él se ofreció a llevarme. No le vi inconveniente.” La expresión de Andrés se oscurece, reflejando molestia y desconcierto: “No entiendo, María. Tienes un chófer y aun así prefieres ir con Gabriel. No me entra en la cabeza.”

María lo mira fijamente, con un dejo de desafío y enojo en la mirada. “Esa rabia contra tu primo es por la boda con Begoña, ¿verdad?” Andrés intenta cambiar de tema, pero ella insiste: “¿Qué esperabas que dijera? ¿Que no se casara? Lo siento, Andrés, pero Begoña ha decidido pasar su vida con él, no contigo.” La conversación se vuelve más intensa. Andrés, con voz dura, replica: “Está cometiendo un error al casarse con ese hombre.” María, furiosa, responde alzando la voz: “¿Por qué tanta sospecha? ¿No soportas verlo feliz?”
En medio de esta discusión, el teléfono suena de manera insistente. María atiende la llamada y, tras escuchar unos segundos, se la entrega a Andrés. Es Tasio, con voz alterada: “Andrés, acabo de bajar a las calderas y algo no está bien. El depósito está liberando más vapor de lo normal.” Andrés se pone de pie de inmediato, consciente de que cada segundo cuenta. “¿Qué marca el manómetro de la caldera?” pregunta con rapidez. Tasio responde preocupado: “Creo que está estropeado. No indica aumento de presión, pero el vapor no deja de salir.” Andrés analiza la situación: “Los medidores suelen ser fiables, salvo que alguien haya reprogramado el circuito para que no refleje la presión real.”
María observa cada palabra con creciente inquietud. Sus pensamientos se aceleran; comprende que esto no es un accidente, sino algo provocado. Su corazón late con fuerza y su respiración se hace rápida a medida que el peligro se vuelve evidente. Tasio vuelve a hablar con urgencia: “¿Qué hago, Andrés? ¿Llamo al fabricante?” Él responde con firmeza: “Sí, hazlo, pero antes evacúa la sala. Nadie debe estar cerca de las calderas. Puede ser muy peligroso. Voy para allá de inmediato.”
Cuando Andrés se dirige a la puerta, María lo detiene con manos temblorosas: “¿Qué pasa, Andrés?” pregunta angustiada. Él responde con calma, pero con determinación: “Parece que hay un problema con la caldera. Debo revisarla.” María, con voz trémula y suplicante, intenta impedirlo: “Por favor, no vayas. Ya basta de que siempre seas tú quien se encargue de todo. Eres accionista, no un operario. Déjalo para el fabricante.”
Andrés, levantando la voz, replica: “Soy ingeniero, María. Conozco esta caldera mejor que nadie. Si hay un fallo, debo revisarla antes de que ocurra algo peor.” María no puede contener más sus emociones y rompe en llanto: “Andrés, te lo ruego, no vayas.” Él se detiene unos segundos, sorprendido por la intensidad de sus palabras. Observa cómo, sin darse cuenta, ella logra ponerse de pie apoyándose en los brazos del asiento. Andrés la mira incrédulo: “¿Estás de pie?” María, paralizada entre miedo y asombro, intenta sostenerse mientras su voz se quiebra. Andrés da un paso hacia ella, impactado. Ella, con lágrimas, intenta explicarse pero no encuentra palabras. Él, con el corazón acelerado, no sabe si sentirse aliviado o traicionado mientras el peligro lo llama a la acción.

María le suplica una vez más: “No vayas, te lo ruego.” Andrés la observa con mezcla de desconcierto y resolución. Ella grita desesperada: “¡Andrés, no, por favor!” Pero él ya ha salido cerrando la puerta tras de sí, decidido a enfrentar la situación. María queda temblando, consumida por el miedo. Sabe que algo terrible puede suceder, que Gabriel está detrás de esto, y que Andrés camina directo hacia el peligro.
En la fábrica, el vapor se intensifica, las calderas vibran, y el metal cruje bajo la presión. Un silbido advierte que algo está a punto de estallar. Tasio, nervioso, observa los indicadores, consciente de que cada segundo es crucial. El destino de todos pende de un hilo. Cada acción, cada decisión, podría alterar la vida de Andrés y de quienes lo rodean. La tensión aumenta y el suspenso se vuelve insoportable.
¿Descubrirá Andrés que Gabriel es responsable del fallo en las calderas? ¿Podrá María evitar la tragedia? ¿Cómo reaccionará al confirmar que María ha recuperado la movilidad? ¿Será este el inicio del fin para los planes secretos de Gabriel? Cada segundo prolonga la intriga, mezclando miedo, determinación y coraje. La historia lleva a los personajes al límite, mostrando cómo el peligro y las emociones se entrelazan, y cada mirada y gesto se convierte en una pieza crucial del rompecabezas que definirá el futuro de todos.
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