Sueños de Libertad Capítulo 403 (Gabriel sospecha de Pelayo y María intenta descubrir la verdad)
Hola amigos, hoy les traigo un adelanto más detallado del capítulo 403 de Sueños de Libertad: secretos, sospechas y decisiones que lo cambian todo
El capítulo 403 de Sueños de Libertad nos adentra en un ambiente cargado de intriga y tensión emocional, donde cada palabra pronunciada y cada gesto aparentemente inocente esconden intenciones ocultas. La majestuosa casa de la familia de la Reina sirve como escenario principal, un lugar solemne en el que el silencio parece más elocuente que las conversaciones. Lo que a simple vista se percibe como calma es, en realidad, un hervidero de sospechas y secretos a punto de estallar.
La primera escena nos muestra a María intentando acercarse a Gabriel. Con un tono cordial, aunque visiblemente nerviosa, ella le pide que la acompañe al día siguiente a su sesión de rehabilitación. Su ruego parece sencillo, casi cotidiano, pero la respuesta de Gabriel deja claro que no hay espacio para la ternura. Con rostro serio y mirada distante, le responde que no puede comprometerse porque tiene una reunión importante. María, intentando encontrar un resquicio, le pregunta si podría reprogramar ese compromiso, pero él, frío y calculador, zanja el asunto aclarando que ya ha contratado a un chófer para esos casos.

La frialdad de Gabriel despierta la inquietud de María, que lo enfrenta con un tono cargado de preocupación: algo le ocurre y ella lo percibe. Él, finalmente, decide abrirse un poco y le pide que lo acompañe a su despacho, un lugar donde las paredes guardan documentos, silencios y confidencias. Allí, con cautela pero determinación, Gabriel lanza una pregunta que cambia el rumbo de la conversación: quiere saber si María cree posible que Pelayo haya filtrado información a don Pedro.
María, sorprendida, intenta comprender el motivo de esa sospecha. Gabriel insiste: desde su llegada, Pelayo le parece un hombre extraño, con actitudes que no inspiran confianza. María, intentando relativizar, señala que no fue el único que pudo hacerlo, pero Gabriel descarta rápidamente a otros, sobre todo a Andrés, en quien asegura confiar ciegamente. Como prueba, menciona que Pelayo estuvo llamando a Tenerife para preguntar por él, algo que considera más que sospechoso. María, incrédula, no recuerda nada de lo que Gabriel menciona, pero su silencio no logra calmar las dudas del hombre.
Gabriel continúa presionando: ¿acaso no notó ningún comportamiento extraño en Pelayo? ¿Ningún gesto fuera de lugar desde que vive allí? María niega con firmeza, convencida de que no tiene motivos para sospechar. Entonces Gabriel reflexiona en voz alta: quizá Pelayo buscaba apoyo político utilizando la influencia de don Pedro. Esa alianza podría haber sido el motivo de una traición. María, con ironía y cierta dureza, le responde que, de ser así, la respuesta ya se la llevó don Pedro a la tumba. A lo que añade, casi desafiándolo: ¿piensa acaso confrontar directamente a Pelayo? Gabriel, inseguro, reconoce que no tiene un plan concreto, que simplemente estaba compartiendo sus reflexiones.
La tensión del momento se corta cuando Pelayo aparece en escena, entrando con un gesto confiado. Su actitud natural contrasta con la sospecha que flota en el aire. Gabriel lo recibe cordialmente, y Pelayo, con aparente tranquilidad, comenta que ha revisado contratos de la empresa relacionados con la cadena de hoteles de Gabriel. Habla de cláusulas de penalización por retrasos, pero se apresura a aclarar que no reclamará nada, minimizando cualquier conflicto. Gabriel, aliviado, sonríe. Sin embargo, aprovecha la ocasión para tocar un punto delicado: cómo afectará la muerte de don Pedro a la carrera política de Pelayo.
El diálogo se convierte en un duelo verbal cargado de insinuaciones. Gabriel sugiere que la ausencia de don Pedro podría debilitarlo políticamente, mientras Pelayo, seguro de sí mismo, asegura que su nombramiento ya es oficial y que cuenta con su propia red de contactos. La conversación, cada vez más tensa, revela el trasfondo de las sospechas de Gabriel. Con ironía, insinúa que quizá la muerte de don Pedro lo liberó de ciertos compromisos adquiridos. Pelayo, molesto, responde con firmeza: su candidatura fue apoyada no solo por Pedro, sino por varios empresarios, y no existieron condiciones ocultas. El aire se llena de desconfianza, pero ninguno de los dos cede.
Mientras tanto, en otro escenario, el laboratorio, se desarrolla un diálogo paralelo entre Luis y Joaquín. Ambos reflexionan sobre el reciente entierro de don Pedro. Luis, con franqueza, confiesa que no es la primera vez que asiste al funeral de alguien que detestaba. Joaquín coincide, recordando lo complicado que fue también el entierro de Jesús. Entre sus palabras surge un tema delicado: Digna aún debe mantener las apariencias, fingiendo durante algunos días antes de recuperar su libertad plena.
Luis, sorprendido, pide explicaciones, y Joaquín plantea una posibilidad inquietante: don Pedro pudo haber dejado escrita una acusación en su testamento, un movimiento calculado para asegurarse de que nadie pudiera alegar desconocimiento de ciertos hechos. Luis, frustrado, insiste en que Jesús ya en vida complicaba todo para todos, incluso para su propio padre. Pero Joaquín no se deja convencer: está seguro de que Damián, como padre de Jesús, no dejará pasar la muerte de su primogénito sin exigir justicia.
Luis, con calma, responde que si Damián tuviera pruebas contra Digna, ya las habría presentado. Recuerda que, pese a todo, el hombre nunca dejó de amarla. Joaquín, en cambio, no comparte ese optimismo. Con amargura, recuerda cómo Jesús evitó que Digna y el tío llegaran al altar, movido únicamente por su obsesión con la empresa. Luis asiente, reconociendo que ese interés económico era lo único que guiaba a Damián.
La conversación se torna más sombría cuando Joaquín señala que deben desconfiar siempre de Damián. Según él, si en algún momento denunció el sabotaje, no lo hizo por justicia, sino por rivalidad con don Pedro. Lo acusa de tener como único objetivo recuperar el poder en la fábrica, incluso a costa de entregar a Digna si la ocasión se presenta.

Alarmado por la insistencia de Joaquín, Luis le pregunta qué piensa hacer. Sin dudarlo, Joaquín toma el teléfono y llama a la residencia de la familia Reina. Luis, preocupado, intenta detenerlo, pidiéndole que espere a calmarse, pero Joaquín sigue adelante. Al otro lado responde Manuela, quien con cortesía anuncia que lo comunicará con don Damián. La llamada culmina con un giro inesperado: Damián, lejos de esquivar el asunto, promete ir personalmente a verlos.
El rostro de Joaquín refleja sorpresa y preocupación. Esa decisión de Damián de presentarse en persona anuncia que los conflictos que hasta ahora se mantenían en la penumbra pronto saldrán a la luz. Luis, expectante, pregunta qué fue lo que dijo. Joaquín, pensativo, concluye: “Quiere resolverlo personalmente”.
Este adelanto del capítulo 403 deja claro que nada está resuelto. Las sospechas de Gabriel hacia Pelayo, la creciente tensión política, los secretos que aún pesan sobre la memoria de don Pedro y la irrupción de Damián como posible juez y verdugo son piezas que se colocan en un tablero cada vez más frágil. Cada conversación, cada gesto y cada silencio anuncian que la tormenta que se avecina será devastadora.