Sueños de Libertad “Begoña Desesperada” Avance Capítulo 412
En el episodio 412 de Sueños de Libertad, la trama alcanza uno de sus puntos más tensos y emocionales. El tiempo de Gabriel parece agotarse: sus estrategias empresariales se tambalean, sus relaciones personales se fracturan y, finalmente, una noticia inesperada lo deja completamente paralizado. La historia arranca en la casa de los Reina, donde el clima está cargado de tensión y presagios.
María observa cómo Gabriel llega con el semblante desencajado, el ceño fruncido y los pensamientos dispersos. Con precaución, se acerca y le pregunta por la reunión con el americano. La respuesta de él es ambigua: la fábrica salió beneficiada, pero a nivel personal, todo se torció por culpa del marido de María, que apareció en el peor momento posible. Gabriel explica que Tacio y el esposo de María lograron convencer al empresario estadounidense de expandir la distribución de los productos de Perfumerías Reina por toda Europa, un proyecto que podría cambiar el rumbo de la empresa. Sin embargo, la decisión final depende del superior del americano, un almirante en Washington con quien Andrés, el marido de María, parece tener muy buena relación.
María, siempre perspicaz, comenta con ironía que Andrés sabe cómo caer bien a la gente, pero Gabriel, con una mirada más sombría, replica que quien realmente está encantada con él es Begoña. Esa frase despierta la sorpresa de María, que lo mira intentando entender el trasfondo. Gabriel, resignado, confiesa que empieza a notar un distanciamiento en su relación con Begoña y que siente que ella se está acercando demasiado a Andrés. María intenta detener la conversación, pero él insiste: Begoña rechazó su invitación al teatro para pasar el día con Andrés y Digna. Aquello, dice, le resultó desconcertante, sobre todo porque ni siquiera lo invitaron. María trata de justificar el gesto alegando que Digna no conoce bien a Gabriel, pero el malestar en él es evidente.
La desconfianza crece cuando confiesa que, esa misma mañana, los vio cuchicheando en el desayuno y que Begoña tomó del brazo a Andrés con un gesto de afecto. Ante la negativa de Begoña a darle explicaciones, Gabriel empieza a imaginar lo peor. Más tarde, cuando ella regresa a casa, él la enfrenta sin rodeos. Begoña responde con frialdad, alegando que su jornada en el dispensario fue normal y que solo se trataba de una revisión rutinaria de los trabajadores. Gabriel, sin poder contenerse, le confiesa su inquietud: siente que ella se aleja cada vez más. Pero ella, evitando mirarlo a los ojos, responde con una calma que esconde cansancio y tristeza: podría decir lo mismo.
Gabriel le reprocha haberlo rechazado la noche anterior y haber preferido la compañía de Andrés. Ella, irritada, le recuerda que ya le explicó sus motivos. Pero él insiste, insinuando que entre ella y Andrés hay algo más que amistad. Begoña, con el rostro firme y la voz tensa, aclara que lo que hablaron esa mañana fue un asunto personal y familiar que no puede compartir. Su negativa solo enciende más la suspicacia de Gabriel. El silencio entre ambos se vuelve espeso, casi insoportable. Él intenta seguir reclamando, pero ella lo interrumpe tajantemente: “No le des vueltas a algo que no existe. Y deja de intentar controlarme. No pienso volver a vivir lo mismo que soporté junto a Jesús”.

La mención de Jesús, su anterior tormento, cae como un golpe seco. La atmósfera se enrarece. Begoña intenta marcharse, pero Gabriel la detiene desesperado, preguntándole qué le ocurre. Ella se detiene, con los ojos vidriosos y la voz quebrada. Entonces, en un estallido de sinceridad, confiesa la verdad que lleva tiempo ocultando: está embarazada. “Estoy esperando un hijo tuyo, Gabriel”, dice con una mezcla de miedo y determinación.
El mundo de Gabriel se detiene. Su cuerpo queda paralizado, su mente en blanco. La noticia lo golpea con la fuerza de un terremoto. En medio del silencio, Begoña percibe la frialdad de su reacción y la interpreta como una confirmación de sus peores temores. “Esta forma de quedarte callado es lo que más me asusta”, dice ella con amargura. “Tu falta de emoción, tu frialdad. Tenía miedo de que no te hiciera ilusión, y parece que tenía razón”.
Gabriel logra balbucear que no lo sabía, que ni siquiera lo imaginaba. Begoña le responde con firmeza que ella misma apenas lo confirmó, pero que lo sospechaba desde hacía algunos días. Por eso, dice, se había mostrado distante: necesitaba confirmar lo que sentía antes de revelarlo. Gabriel baja la mirada, sin palabras, abrumado por la magnitud del momento. El silencio que sigue es devastador. Ella, con un hilo de voz pero con dignidad intacta, concluye: “Tal vez no fue un acierto contártelo. En lugar de acercarnos, esta noticia solo nos ha puesto más lejos”.
Da unos pasos hacia atrás y se marcha. Gabriel queda solo, en medio de un salón que se siente más vacío que nunca. El eco de sus propias dudas retumba en su mente: la culpa, el miedo, la impotencia, la sensación de haber perdido el control de todo lo que alguna vez creyó tener asegurado. Begoña se aleja sin mirar atrás, dejando tras de sí una estela de tristeza y resignación.
La escena final deja a Gabriel inmóvil, atrapado en un torbellino emocional. Los sueños que lo impulsaron hasta entonces se desmoronan uno a uno: su alianza con los americanos pende de un hilo, su relación con Begoña se quiebra, y su estabilidad emocional se derrumba. Todo lo que alguna vez creyó controlar se le escapa de las manos. El futuro se presenta incierto, y las decisiones que tome en los próximos días definirán no solo su destino, sino también el de todos los que lo rodean. Así concluye un episodio que marca un antes y un después en Sueños de Libertad, donde la verdad, el amor y el miedo se entrelazan para mostrar la fragilidad de los sueños cuando se enfrentan a la realidad.