Sueños de Libertad 413 (¡Gabriel le propone matrimonio a Begoña!¿Es amor verdadero o una traición?)
El capítulo 413 de Sueños de libertad nos lleva al corazón de una trama cargada de emociones, donde el amor, el miedo y la ambición se entrelazan hasta confundir los límites entre la verdad y la manipulación. Dos historias avanzan en paralelo: la búsqueda incansable de Andrés por descubrir la verdad que esconde el caso de Remedios, y el momento más inesperado para Begoña, cuando Gabriel, en un gesto tan romántico como sospechoso, le propone matrimonio. Lo que parece una declaración de amor podría convertirse en una trampa cuidadosamente planificada.
Desde el inicio, la tensión es palpable. Andrés llega a la cárcel decidido a hablar con Remedios. Su propósito es claro: obtener la verdad que ella ha ocultado durante tanto tiempo. La mujer, frágil y temerosa, se sorprende al verlo. En su mirada hay tanto desconcierto como miedo. “¿Qué hace usted aquí?”, pregunta con voz temblorosa. Andrés, con tono sereno pero firme, le asegura que solo busca ayudarla, que su única intención es sacarla de esa pesadilla. Remedios baja la mirada, como si no tuviera derecho a la esperanza. “Nadie puede ayudarme ya”, susurra. Pero Andrés no se da por vencido. Le cuenta que ha hablado con su hija, que ella le escribió una carta confesando que su madre es inocente. Al oír eso, Remedios se estremece. El nombre de su hija es su punto más débil. Suplica que Andrés no se involucre más, que se aleje. “No quiero que le pase nada a mi hija. Ese hombre lo prometió: si hablo, irán a por ella.”
Andrés siente un nudo en la garganta. Sus sospechas se confirman: Remedios no es culpable, sino víctima de un chantaje. Con compasión, intenta infundirle valor. “Yo la protegeré. Le doy mi palabra.” Pero ella no puede creerle. El miedo la domina, un miedo que no se disipa ni siquiera tras los barrotes. La conversación termina sin respuestas, pero deja en Andrés la determinación de llegar al fondo del misterio, sin importar el riesgo.
Mientras tanto, en la casa De la Reina, el ambiente es completamente distinto. Begoña descansa en su habitación, agotada por los malestares del embarazo. Gabriel entra con gesto atento y sonrisa calculada. “Julia me dijo que no te encontrabas bien”, dice mientras se sienta a su lado. Begoña finge tranquilidad, aunque por dentro está tensa. “Solo son molestias del primer trimestre”, responde con una leve sonrisa. Gabriel, intentando mostrarse cariñoso, le toma los pies y comienza a masajearlos con delicadeza. “Si así me tratas cuando estoy mal, que sigan los malestares”, bromea ella, buscando alivianar el ambiente. Él sonríe, satisfecho de verla relajarse. Pero detrás de su ternura hay algo más oscuro, una necesidad de control, de asegurarse de que Begoña permanezca a su lado.
El momento alcanza un punto culminante cuando Gabriel, con aparente emoción, saca de su bolsillo un pequeño estuche de terciopelo. Al abrirlo, el brillo del anillo ilumina la habitación. “Begoña, ¿te casarías conmigo?”, pregunta con una voz que mezcla nerviosismo y seguridad. La sorpresa deja a Begoña sin aliento. No sabe qué responder. “No sé qué decirte”, murmura. Gabriel intenta romper el silencio con una sonrisa forzada. “¿No te gusta el anillo o no te gustó la propuesta?” Ella responde con sinceridad: “Me gustan ambas cosas, pero no me lo esperaba.” En sus ojos hay ternura, pero también una sombra de duda.
El contraste entre ambas escenas es revelador. Mientras Andrés lucha por liberar la verdad en un entorno hostil, Gabriel teje una red de aparente amor que esconde intenciones inciertas. Su propuesta de matrimonio no parece un simple acto de amor; más bien, parece un movimiento calculado para asegurar su dominio emocional sobre Begoña. Él mismo lo confirma, aunque de forma sutil, cuando más tarde le dice: “Desde que empezamos a estar juntos, sueño con casarme contigo. Sabía que necesitabas tiempo, pero ahora, con nuestro hijo en camino, no debemos esperar más.”
Begoña, mirando el anillo, pregunta con suavidad pero con firmeza: “Gabriel, si no estuviera embarazada, ¿también me pedirías matrimonio tan pronto?” Él responde con calma ensayada: “El amor que siento por ti no depende de eso. Nuestro hijo es solo la prueba de que estamos destinados a estar juntos.” Pero sus palabras, aunque dulces, suenan más como una afirmación de posesión que como una declaración sincera. Begoña, en silencio, percibe la diferencia.
Mientras la tensión entre ellos crece, Andrés continúa su cruzada en busca de justicia. En la cárcel, Remedios finalmente accede a hablar. Con lágrimas en los ojos, le confiesa que alguien poderoso la obligó a mentir, amenazando con hacerle daño a su hija. “Si promete que estará a salvo, hablaré”, dice al fin. Andrés la mira a los ojos y promete que protegerá a ambas. Ella asiente débilmente antes de que el guardia la escolte fuera de la sala. Él queda solo, sintiendo que acaba de abrir una puerta hacia un peligro mayor.

En paralelo, Gabriel se sienta frente a Begoña, aún con el anillo entre los dedos. “No quiero presionarte”, dice con tono afectuoso, aunque sus gestos traicionan una urgencia latente. “Solo quiero que sepas que estoy seguro de lo que siento. Quiero una familia contigo.” Begoña lo escucha en silencio. Su corazón se divide entre el amor que creyó tener y la duda que crece cada día más fuerte. Finalmente, le responde con serenidad: “Te quiero, Gabriel, pero quiero que las cosas se hagan bien. No quiero precipitarme.” Él asiente con una sonrisa, aunque en su mirada se adivina una chispa de frustración.
La propuesta, que debería haber sido un momento de felicidad, deja a Begoña sumida en la confusión. No puede evitar sentir que algo no encaja. Las atenciones de Gabriel son constantes, pero su insistencia, su necesidad de controlar cada aspecto de su vida, comienza a asfixiarla. Lo que antes le parecía amor ahora se mezcla con una inquietud difícil de explicar.
El episodio concluye con ambos mundos a punto de colisionar. Andrés, armado con nueva información, promete llevar el caso de Remedios hasta el final. Gabriel, por su parte, se convence de que debe acelerar su plan antes de que la verdad salga a la luz. Y Begoña, atrapada entre el amor y la sospecha, debe decidir si confiar en el hombre que le promete un futuro o escuchar la voz interior que le advierte de una posible traición.
En esta encrucijada de emociones, Sueños de libertad nos recuerda que el amor verdadero no se impone ni se compra: se construye con confianza. Y en el corazón de la mentira, incluso los gestos más dulces pueden ocultar las intenciones más oscuras.