¡REVELADO! Gabriel empieza a sospechar de Marta y Pelayo cómo posibles topos – Sueños de Libertad

En este episodio cargado de tensiones ocultas y diálogos llenos de segundas intenciones, la atención se centra en las sospechas crecientes de Gabriel, quien comienza a tejer una red de dudas en torno a Marta y Pelayo. La conversación que abre la escena parece simple, pero poco a poco se convierte en una disección de lealtades, traiciones y posibles conspiraciones que podrían poner en jaque a toda la familia y sus secretos.

La primera revelación llega con un golpe directo: alguien pregunta si sabía que su tío estaba acompañado de don Pedro en el momento de su muerte. La respuesta es negativa y la sorpresa es evidente. ¿Qué hacía allí aquel hombre? La excusa ofrecida es que lo hizo movido por caridad cristiana. Una justificación que suena poco creíble y que inmediatamente genera desconfianza. El interlocutor añade que él mismo estuvo con don Pedro la tarde anterior, no por devoción ni afecto, sino con un objetivo claro: dejarle claro que su fidelidad está con Damián y, sobre todo, averiguar la identidad de la persona que entregó unas cartas comprometedoras. Sin embargo, por su gesto se deduce que la investigación fue infructuosa, pues no consiguió arrancar ningún nombre.

Ese silencio se convierte en el motor de las sospechas. Si alguien entregó esas cartas y no fue identificado, significa que dentro de la casa hay alguien que actúa contra Damián y a favor de Pedro. Un traidor en la sombra que, paradójicamente, podría favorecer los planes de quienes se oponen a Damián. La conversación se desplaza entonces hacia María, a quien se le interroga por su cercanía con los habitantes de la casa. ¿Ha notado algo extraño en alguien? María analiza rápidamente las opciones. Si las sospechas recayeran en Manuela o Digna, ya habrían sido utilizadas por Pedro en contra de Damián. Esa ausencia de acción las descarta. También resultaría imposible señalar a Pegoña, quien nunca revela nada, o a Andrés, que detesta a Pedro y jamás haría nada que lo favoreciera.

El cerco se va estrechando. Solo quedan dos nombres sobre la mesa: Marta y Pelayo. Es ahí donde la duda se transforma en convicción. Tal vez Pedro los esté chantajeando para obtener información sobre la casa, del mismo modo que lo hizo en el pasado con otras personas, incluso con el propio interlocutor de la escena. El chantaje aparece como la explicación más lógica, un patrón repetido de manipulación que Pedro ha sabido ejercer con maestría.

La conversación adquiere un tono de reflexión amarga. Se dice que cada quien recoge lo que siembra, pero también surge la objeción de que no todos merecen el destino que les toca. Marta, en particular, se convierte en el centro de la intriga. Recuerdan cómo fue ella quien despidió con desprecio a alguien, marcando con dureza el destino de su interlocutor. Esa hostilidad reaviva las dudas y lleva la mirada hacia su vida personal, especialmente hacia su matrimonio con Pelayo Olivares.

La unión entre Marta y Pelayo despierta nuevas sospechas. A simple vista, la boda parecía un acontecimiento cargado de boato y apariencia, pero alguien menciona haber visto en las noticias indicios de que tal celebración fue más una estrategia de conveniencia que un verdadero enlace de amor. El rumor apunta a que aquel matrimonio pudo haber sido un simple paripé, una maniobra diseñada para acallar comentarios maliciosos y ocultar secretos más comprometedores.

Surge entonces una afirmación que da un nuevo giro a la conversación: doña Marta habría mantenido un romance con una de las dependientas. Esa relación clandestina, de ser cierta, explicaría la necesidad de organizar una boda que sirviera de pantalla, un teatro destinado a proteger su reputación y sofocar las habladurías. La idea no parece descabellada y los presentes se convencen de que, tarde o temprano, saldrá a la luz la verdad que Marta intenta desesperadamente enterrar.

La tensión se equilibra con un intento de volver a los negocios cotidianos. Tras especular sobre las lealtades, los chantajes y los secretos de alcoba, los personajes deciden regresar a los valores de las acciones de Julia, un recordatorio de que la vida familiar y empresarial está tan entrelazada que resulta imposible separar el interés económico de las intrigas personales.

Este episodio se convierte así en un retrato del juego constante de sospechas y traiciones. Gabriel empieza a unir cabos y cada detalle, desde una carta entregada en secreto hasta una boda cuestionable, refuerza la idea de que Marta y Pelayo podrían ser los topos que han estado pasando información a Pedro. La narrativa muestra cómo la desconfianza crece lentamente, contaminando las relaciones y sembrando dudas que amenazan con fracturar la estructura de poder.

En la superficie, todo parece mantenerse bajo control. Sin embargo, el peso de las sospechas abre grietas en la estabilidad familiar. Las alianzas se tambalean y los rumores personales se entrelazan con los intereses políticos y económicos. Gabriel, con mirada astuta, percibe que el verdadero peligro no está en los enemigos visibles, sino en aquellos que conviven bajo el mismo techo y que, por conveniencia o presión, deciden servir a otros intereses.

El episodio deja en claro que Marta y Pelayo, más allá de sus apariencias respetables, son piezas clave en un tablero de engaños. ¿Son víctimas de un chantaje orquestado por Pedro o colaboradores voluntarios en busca de su propio beneficio? Esa es la gran incógnita que se abre y que añade una nueva capa de intriga a la ya compleja trama de Sueños de Libertad. Mientras tanto, las dudas se multiplican y el espectador queda atrapado en el suspenso, aguardando las revelaciones que, tarde o temprano, tendrán que salir a la luz.