Marta se derrumba y renuncia a convertirse en la directora de la Perfumería – Sueños de Libertad
opiniones, alguien pronuncia con firmeza: “Bueno, pues parece ser que estamos todos de acuerdo. Aun así, sería conveniente hacer la votación a mano alzada”. Las palabras, aunque tranquilas, marcan el inicio de un momento trascendental. La reunión está a punto de decidir no solo un relevo en la dirección, sino también el rumbo que tomará la compañía en medio de un escenario difícil.
Se registra oficialmente que Joaquín votará en representación de Luis y que Andrés lo hará en nombre de María. Todo se prepara para que no haya dudas sobre la legitimidad del procedimiento. Gabriel, con voz solemne, da paso a la votación: “Votos a favor de la destitución de don Pedro Carpena en la dirección de la empresa”. El gesto es contundente, y la decisión se toma con claridad. El ciclo de don Pedro ha terminado, y con él se abre un capítulo incierto.
La siguiente votación es aún más decisiva: “Votos a favor de que la sustituta sea doña Marta de la Reina”. Todas las miradas se vuelven hacia ella. Aunque sea parte implicada, se le pide también su voto. Con algo de timidez pero cumpliendo con el deber, Marta levanta la mano. La decisión es unánime: el relevo recae en ella. Los presentes la felicitan efusivamente. Su padre, emocionado, le dice que está seguro de que logrará sacar la empresa del bache en el que se encuentra. Joaquín y el resto del consejo la animan, mostrándole confianza plena.

Por unos instantes parece que todo es celebración, pero Marta rompe el ambiente con una confesión inesperada: “Gracias a todos… pero no voy a poder”. La sorpresa es general. Su padre, intentando tranquilizarla, le asegura que nadie mejor que ella para asumir el cargo. Sin embargo, Marta insiste en su inseguridad: “¿Cómo voy a ponerme al frente de la empresa cuando ni siquiera soy capaz últimamente de sacar adelante mi propia sección? Sería un error. Ni siquiera debí haberme postulado”. Sus palabras caen como un jarro de agua fría en la sala.
Incómoda y agobiada, Marta pide disculpas y abandona la reunión. Andrés corre tras ella. La encuentra deshecha, con lágrimas contenidas y la voz entrecortada. Marta admite que se siente culpable por haber decepcionado a todos, especialmente a su padre y a Andrés, que habían defendido con tanto empeño su candidatura. Reconoce que se dejó arrastrar por las circunstancias, que se vio entre la espada y la pared, y que actuó como una niña al no haber expresado antes sus verdaderos sentimientos. “Lo siento”, repite con amargura.
Andrés, con tono comprensivo, le dice que entiende su dolor y que no debe forzarse. Marta confiesa entonces lo que realmente la consume: no puede asumir la dirección de la fábrica porque aún está destrozada por la ausencia de Fina. “Me estaba engañando. Pensé que saldría adelante trabajando, pero no estoy pudiendo levantar cabeza”. Su fragilidad se hace evidente, y por primera vez muestra sin reservas la magnitud del vacío que siente.
El recuerdo de Fina es una herida abierta que no deja cicatrizar. Marta admite que, en el fondo, lo que más desearía sería dejarlo todo y salir a buscarla, ir allí donde esté, aunque no sabe si eso le devolvería la paz. Su única esperanza es que su padre pueda perdonarla por no estar a la altura de lo que se esperaba de ella. Andrés, conmovido, le responde que no es ella quien debe pedir perdón, sino ellos, por haber insistido en que asumiera una responsabilidad para la que aún no estaba preparada, especialmente teniendo tan reciente la marcha de Fina.
Con voz rota, Marta confiesa: “No soy ni la mitad de lo que era. Trato de mirar al futuro, pero no puedo. Incluso intento odiarla para ponérmelo más fácil, pero la amo, y siento un vacío enorme”. Su confesión es devastadora, pero sincera. Andrés la escucha con atención y, desde su propia experiencia, comparte su dolor. Él tampoco ha superado la pérdida de Goya, pero intenta consolarse sabiendo que, al menos, ella es feliz junto a otro hombre. Reconoce que lo suyo no ha sido fácil, y que entiende perfectamente el vacío que Marta siente por Fina.
Ambos se encuentran en un terreno común de dolor compartido, unidos por pérdidas que los han marcado profundamente. Andrés trata de infundirle un poco de esperanza. Le dice que no debe convencerse de que Fina no volverá nunca. Recuerda que la Guardia Civil está detrás del hombre que la retuvo y que, cuando finalmente lo metan en prisión, Fina se sentirá segura para regresar. Sus palabras intentan encender una chispa de ilusión en Marta, aunque ella apenas logra contener las lágrimas.

El momento se convierte en una conversación íntima, llena de verdades que habían permanecido ocultas. Marta se desnuda emocionalmente, reconociendo que no tiene fuerzas, que la empresa no puede estar en sus manos porque su corazón está demasiado roto para dedicarse a otra cosa. Y Andrés, en lugar de juzgarla, se solidariza con ella, compartiendo su propio duelo y reconociendo que también él lucha contra fantasmas del pasado.
La escena cierra con Marta pidiendo perdón una vez más, convencida de haber hecho perder el tiempo a todos con su candidatura. La música subraya la tristeza de un desenlace que, aunque humano y comprensible, deja a la empresa sin dirección clara y a la familia sumida en un mar de dudas. La pregunta ahora es quién asumirá ese liderazgo en ausencia de Marta, y cómo logrará la compañía salir adelante en medio de tantas heridas personales y profesionales.
Este spoiler revela que la gran esperanza puesta en Marta como nueva directora se diluye ante su incapacidad de superar la pérdida de Fina. La carga emocional se impone sobre la responsabilidad empresarial, demostrando que no siempre la lógica y la estrategia pueden vencer al dolor del corazón. El relevo que parecía seguro se transforma en un nuevo vacío, tanto en la fábrica como en el alma de quienes la rodean.