Don Agustín, escandalizado, en contra de la nueva fragancia – Sueños de Libertad

La trama se enciende con una escena aparentemente cotidiana que pronto revela mucho más de lo que parece. En la fábrica, algunos personajes comentan con cierta preocupación el aspecto del gobernador, quien, a pesar de ser un hombre joven, llegó al lugar apoyándose en un bastón. Las miradas de todos se cruzan con un aire de sospecha y compasión: ¿qué le ocurrirá en realidad? Aunque nadie lo dice de manera abierta, queda claro que su presencia allí fue un esfuerzo importante, quizá para demostrar fortaleza frente a los demás o porque la ocasión lo requería. Su visita, además, se dio en un momento clave: la fábrica luce impecable tras la inspección de industria, y todos comentan lo espléndida que se ve, como recién estrenada, lista para dejar la mejor impresión.

No obstante, lo que debería ser un día de celebración se torna en una mezcla de dudas y decepciones. La gran sorpresa llega cuando observan que la tienda, en lugar de estar llena de clientes y curiosos, permanece prácticamente vacía. En el pasado, cada vez que se lanzaba un nuevo perfume, había sido un acontecimiento; la tienda se llenaba de mujeres que, aunque solo fuera por curiosidad, se acercaban a oler la fragancia. Pero esta vez todo es diferente: el producto estrella, llamado “Pasión oculta”, no despierta el interés esperado.

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Ante este panorama, surge un debate entre los trabajadores. Algunos opinan que se perdió una oportunidad al no aprovechar el aniversario de la fábrica para lanzar una edición más accesible, con descuentos que atrajeran a la clientela. Según ellos, a la gente le entusiasma sentirse parte de un festejo, especialmente si hay precios rebajados. Pero otros piensan lo contrario: lo que se celebra es la creación de la casa perfumera, y abaratar el producto sería restarle valor y prestigio. Dos visiones distintas que chocan: la estrategia comercial frente al orgullo de la marca.

Las propuestas no tardan en aparecer. Una de ellas resulta especialmente atractiva: preparar cestas con la fragancia de la reina acompañada de jabones de la misma línea, todo presentado de manera elegante y cuidada. Sin embargo, aunque la idea es buena, se insiste en que la prioridad actual es vender “Pasión oculta”, ese perfume que, en teoría, debería arrasar, pero que extrañamente no consigue atraer ni a las clientas más fieles.

La situación se complica cuando queda claro que muchas mujeres ni siquiera se animan a probarlo. “Qué vergüenza”, murmura alguien, reflejando el desconcierto colectivo. Y es que los rumores ya han corrido por el pueblo: el nombre del perfume y su concepto han despertado la indignación de algunas personas, en especial del sector más conservador.

En ese momento entra en escena el padre, un hombre de autoridad moral que no duda en alzar la voz. Con gesto serio y palabras cargadas de reproche, acusa a los responsables de haber cometido una grave impudicia. Para él, no es aceptable que un perfume lleve un nombre tan provocador como “Pasión oculta”, y menos aún que la imagen del producto muestre las manos de una trabajadora sosteniendo una flor, lo que, en su visión, destila un mensaje lascivo y carnal.

Los trabajadores intentan defenderse, argumentando que no hay nada pecaminoso en unas manos recogiendo una flor ni en la palabra “pasión”, que puede referirse a cualquier cosa que despierte entusiasmo en la vida. Sin embargo, el padre insiste con severidad: en su concepción, las pasiones no son otra cosa que apetitos bajos del cuerpo, impulsos mundanos que alejan al ser humano de la pureza del alma. Para él, lo que puede parecer un simple aroma no deja de ser una invitación al goce prohibido, al deseo escondido, a una forma de seducción obscena.

La tensión aumenta cuando los presentes le responden que están exagerando, que se trata únicamente de un perfume y que todo ha sido revisado con cuidado para no ofender ninguna sensibilidad. Incluso se atreven a tachar sus palabras de tonterías. Pero el padre, lejos de ceder, advierte con firmeza que si no convencen a doña Marta de cambiar tanto el nombre como la imagen del producto, el perfume no se venderá jamás. Su tono es profético: asegura que el tiempo le dará la razón y que, más allá de lo que ellos opinen, la indignación de las feligresas será suficiente para hundir el proyecto.

Y, de hecho, no tarda en confirmar sus palabras. Gema interviene para revelar que las mujeres de la parroquia ya han presentado quejas formales. Están escandalizadas y han exigido que se ponga fin a lo que consideran una obscenidad. Es un golpe durísimo para el equipo de la fábrica, que no entiende cómo un producto tan cuidado y con una fragancia exquisita puede ser rechazado por prejuicios que ellos consideran injustos.

La polémica pone de manifiesto un choque generacional y cultural. Por un lado, quienes creen en la modernidad, en la capacidad de la mujer para tener sus propios secretos, sus propias pasiones íntimas, sin que ello signifique pecado ni deshonor. Por otro, aquellos que se aferran a la tradición y ven en cualquier insinuación de deseo un peligro para la moral. La discusión se convierte en un reflejo de la sociedad entera: un campo de batalla entre progreso y conservadurismo, entre libertad y censura.

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En medio de este torbellino, la tienda sigue vacía, y la fragancia que debía ser el gran éxito del año permanece en los estantes, sin que nadie se acerque a comprarla. La ironía es dolorosa: un perfume llamado a seducir a todos se ha convertido en motivo de rechazo y vergüenza. El silencio en la tienda contrasta con el bullicio que solía acompañar los lanzamientos anteriores, y eso duele más que cualquier sermón del padre.

Pero el equipo no está dispuesto a rendirse. Algunos mantienen la esperanza de que, una vez que las clientas huelan el perfume, cambiarán de opinión y se dejarán conquistar por su aroma. Creen que la calidad del producto terminará imponiéndose sobre los prejuicios y que, con paciencia, “Pasión oculta” demostrará ser un éxito. Otros, en cambio, empiezan a preguntarse si no sería más inteligente ceder un poco, cambiar el nombre, buscar una presentación menos provocadora para evitar que el escándalo crezca.

La tensión queda abierta, con un futuro incierto para la fragancia. ¿Lograrán imponerse la creatividad y la libertad frente a la moral rígida? ¿O la presión social será tan fuerte que acabará sepultando un proyecto que, en esencia, no pretendía otra cosa que celebrar la feminidad y la belleza?

El episodio termina con esa incógnita flotando en el aire, mientras todos asimilan la gravedad del problema. Lo que parecía un lanzamiento prometedor se ha transformado en una crisis que pone en juego no solo la venta de un perfume, sino también la reputación de la fábrica y la dignidad de quienes trabajan en ella. Y, como bien apunta el padre antes de marcharse, si no se encuentra pronto una solución, el fracaso será inevitable.