Capítulo de hoy de Sueños de libertad; 3 de noviembre: Digna, desesperada, busca el perdón de Marta

El taller de costura en la Fábrica Reina, normalmente un espacio de luz y laboriosidad, se siente ahora como un confesionario sombrío. La luz de la tarde apenas ilumina los rostros de las dos mujeres, inmersas en una tensión emocional insoportable.

Digna (la madre de Fina, con el alma desgarrada por la culpa y el arrepentimiento) ha acorralado a Marta (la hermana, cuyo dolor por la pérdida de Fina es una herida abierta). Digna está quebrada, su porte habitual de dignidad ha sido reemplazado por la desesperación pura.

“Marta,” comienza Digna, su voz apenas un susurro ronco por las lágrimas no derramadas. “Por favor, tienes que escucharme. Tienes que darme la oportunidad de explicarlo.”

Marta se mantiene rígida e inmóvil, dándole la espalda. Su silencio es más elocuente que cualquier grito. El dolor por la traición de Digna, al no aceptar el amor de su hija Fina y negarle el apoyo que necesitaba, es demasiado fresco.

Capítulo 428 de Sueños de libertad; 3 de noviembre: Digna, desesperada,  busca el perdón de Marta

“No hay nada que explicar, Digna,” dice Marta, su voz fría como el hielo. “Usted hizo su elección. Eligió la fachada, la decencia de cara a la galería, sobre la felicidad de su propia hija. Y eligió juzgarme a mí, a Fina, a nuestro amor… de la forma más cruel.”

Digna da un paso, suplicante. “¡No, no elegí! Fui débil. Fui una cobarde atada a las normas estúpidas de un pueblo, de una época. ¡Pero yo amaba a mi hija! Y yo… yo te tengo un gran aprecio, Marta. Siempre te vi como una luz para ella.”

“¿Luz?” Marta se vuelve de repente, sus ojos llameando de rabia contenida. “¡Usted nos apagó la luz, Digna! ¡Usted la expulsó de su vida! Ella necesitaba su perdón, su aceptación… y usted le dio la espalda.”

Digna se derrumba. Cae de rodillas ante Marta, un gesto desesperado que rompe el corazón. Las lágrimas fluyen ahora libremente por su rostro.

“¡Sí! ¡Fui una mala madre! ¡Fui una estúpida! Y ahora no tengo nada,” solloza Digna, agarrando el dobladillo del vestido de Marta con una fuerza desesperada. “La he perdido para siempre. Y sé que nunca voy a encontrar la paz si tú no me perdonas.”

Marta la mira desde arriba. El odio lucha en su interior con la compasión. Ve a una mujer rota, consumida por el remordimiento. Sabe que Digna está sufriendo tanto como ella.

Marta se arrodilla lentamente, hasta quedar a la altura de Digna. Sus manos se cierran sobre las de la mujer, pero no es un gesto de perdón, sino de entendimiento mutuo del dolor.

“El perdón,” dice Marta, con una voz ahora suave pero firme, “no se lo pido yo. Se lo tiene que pedir a Fina. Y creo que es demasiado tarde para eso, Digna. Yo… yo solo puedo entender su desesperación. Pero no puedo quitarle la culpa.”

Marta se pone de pie, dejando a Digna en el suelo. Es un acto de separación dolorosa. El gran drama de este capítulo no es la reconciliación, sino el reconocimiento de una pérdida irreparable causada por la traición moral. Digna ha buscado el perdón de Marta, pero solo ha encontrado la confirmación de que su castigo será vivir con su propia culpa.

Marta se aleja, dejando a Digna consumida por el llanto en el taller. La paz no llegará para ninguna de las dos.