Capítulo 417 de Sueños de libertad; 17 de octubre: Andrés no es capaz de parar el fallo y la sala de calderas de la fábrica explota

La mañana del 17 de octubre comenzó como cualquier otra en la fábrica de textiles, pero una sensación de inquietud flotaba en el aire. Andrés, un joven ingeniero con un futuro prometedor, estaba en su oficina revisando los informes de mantenimiento de la sala de calderas. Desde hacía semanas, había notado irregularidades en el funcionamiento de la maquinaria, pero sus advertencias habían caído en oídos sordos. Su jefe, obsesionado con los plazos de producción, había desestimado sus preocupaciones, insistiendo en que todo estaba bajo control.

Sin embargo, Andrés sabía que algo no estaba bien. La presión en las calderas estaba aumentando más de lo normal, y los ruidos extraños que provenían de la sala eran cada vez más alarmantes. “No puedo dejar que esto continúe”, murmuró para sí mismo, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a apoderarse de él. Decidido a actuar, se levantó de su escritorio y se dirigió a la sala de calderas.

Al entrar, el calor lo golpeó de inmediato. Las enormes máquinas rugían, y el sonido del vapor escapando de las válvulas era ensordecedor. Andrés se acercó a uno de los medidores y frunció el ceño al ver que la presión había alcanzado niveles peligrosos. “Esto no puede estar pasando”, pensó, sintiendo que el pánico comenzaba a instalarse en su pecho.

Con rapidez, se puso en contacto con el personal de mantenimiento. “¡Necesitamos bajar la presión de inmediato! ¡Hay un fallo en el sistema!”, exclamó, su voz resonando por encima del estruendo de la maquinaria. Pero sus palabras fueron recibidas con miradas escépticas. “Andrés, no hay tiempo para eso. La producción está en juego”, dijo uno de sus compañeros, tratando de calmarlo.

“¡No se trata de eso! Si no hacemos algo ahora, podríamos tener una explosión”, respondió Andrés, sintiendo que la frustración lo consumía. Sabía que debía convencerlos de que lo escucharan, pero el miedo a ser considerado un alarmista lo mantenía en una lucha interna.

Mientras tanto, el reloj seguía avanzando, y la presión en las calderas continuaba aumentando. Andrés tomó una decisión. “Voy a cerrar la válvula principal”, gritó, sabiendo que era un riesgo, pero era su única opción. Se dirigió rápidamente hacia la válvula, pero antes de que pudiera llegar, un estruendo ensordecedor resonó en la sala.

El suelo tembló bajo sus pies, y Andrés sintió cómo su corazón se detenía. Las luces parpadearon y, en un instante, el caos se desató. La sala de calderas se convirtió en un infierno de fuego y humo. Andrés se lanzó al suelo, cubriéndose la cabeza mientras el sonido de la explosión retumbaba en sus oídos.

Cuando el ruido finalmente cesó, Andrés se levantó, aturdido y desorientado. El humo llenaba la sala, y el calor era insoportable. “¡Ayuda!”, gritó, tratando de encontrar a sus compañeros. La visión era borrosa, y el aire estaba cargado de un olor acre que le quemaba los ojos y la garganta.

Capítulo 417 de Sueños de libertad; 17 de octubre: Andrés no es capaz de  parar el fallo y la sala de calderas de la fábrica explota

Con esfuerzo, logró avanzar hacia la salida, pero el camino estaba bloqueado por escombros y maquinaria destrozada. “¡No puedo dejar que esto termine así!”, pensó, recordando a sus compañeros atrapados en la sala. La adrenalina lo impulsó a seguir adelante, y comenzó a mover los escombros con todas sus fuerzas.

De repente, escuchó un gemido a su izquierda. “¡Andrés!”, era la voz de Carla, una de las operarias más jóvenes de la fábrica. Estaba atrapada bajo una viga caída, y su rostro estaba pálido por el miedo. “¡Ayúdame!”, suplicó, su voz temblando.

Andrés se acercó rápidamente. “¡No te preocupes, estoy aquí!”, dijo, intentando calmarla mientras trataba de levantar la viga. Era pesada, y el sudor corría por su frente. “¡Vamos, un poco más!”, gritó, esforzándose al máximo.

Con un último empujón, logró levantar la viga lo suficiente para que Carla pudiera escapar. Ella se arrastró hacia él, y Andrés la ayudó a levantarse. “Gracias, pensé que no lo lograría”, dijo ella, con lágrimas en los ojos.

“Tenemos que salir de aquí”, respondió Andrés, mirando a su alrededor. La sala seguía siendo un caos, y el tiempo se agotaba. “¡Vamos!”, exclamó, guiando a Carla hacia la salida.

Mientras corrían, el humo se hacía más denso y la temperatura aumentaba. Andrés podía sentir el pánico apoderándose de él, pero sabía que debía mantenerse enfocado. “No podemos perder la esperanza”, se decía a sí mismo. “Debemos encontrar una salida”.

Finalmente, llegaron a la puerta de emergencia, pero estaba bloqueada. Andrés golpeó la puerta con desesperación, sintiendo que el tiempo se les escapaba. “¡Ayuda! ¡Estamos atrapados!”, gritó, pero su voz se perdía en el estruendo del fuego.

En ese momento, escucharon voces a lo lejos. “¡Aquí! ¡Estamos aquí!”, gritaron al unísono, y Andrés sintió una chispa de esperanza. “¡Ayúdennos!”, clamó, golpeando la puerta con más fuerza.

Poco después, un grupo de trabajadores llegó, liderado por el jefe de seguridad de la fábrica. “¡Están aquí! ¡Rápido, ayúdenlos!”, ordenó, y comenzaron a despejar los escombros. Andrés sintió una oleada de alivio al ver que sus compañeros estaban a salvo.

Finalmente, la puerta se abrió, y la luz del exterior iluminó la sala oscura y humeante. “¡Salgan rápido!”, gritó el jefe de seguridad, y Andrés tomó la mano de Carla, guiándola hacia la salida.

Una vez afuera, el aire fresco fue un alivio, pero el horror de lo que había sucedido aún los rodeaba. La fábrica estaba en llamas, y las sirenas de los bomberos resonaban en la distancia. Andrés miró hacia atrás, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. “No debí haber dejado que esto sucediera”, pensó, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.

Carla, aún temblando, lo miró con gratitud. “Gracias, Andrés. No sé qué hubiera hecho sin ti”, dijo, su voz temblando.

“Lo hicimos juntos”, respondió él, sintiendo que la adrenalina comenzaba a desvanecerse. Pero en su interior, sabía que debía enfrentar las consecuencias de lo ocurrido. La explosión no solo había puesto en peligro sus vidas, sino que también había arruinado el trabajo de muchos.

Mientras los bomberos llegaban y comenzaban a combatir las llamas, Andrés se alejó un poco, buscando un lugar donde pudiera pensar. La imagen de la sala de calderas explotando se repetía en su mente, y la culpa lo invadía. “Debí haber hecho más”, murmuró, sintiendo que el peso de la tragedia lo aplastaba.

Fue entonces cuando escuchó una voz familiar. “Andrés, ¿estás bien?”, era su amigo Javier, que había llegado corriendo al lugar. “Te vi entrar y me preocupé”.

“Estoy bien, pero… no puedo dejar de pensar en lo que pasó”, respondió Andrés, sintiendo que las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. “No debí haber dejado que esto sucediera”.

“Lo hiciste lo mejor que pudiste”, dijo Javier, intentando consolarlo. “No podías prever lo que iba a pasar. Ahora debemos asegurarnos de que todos estén a salvo”.

Andrés asintió, pero la culpa seguía pesando sobre él. Sabía que la fábrica no volvería a ser la misma, y la tragedia marcaría a todos los que trabajaban allí. “Debo hacer algo”, dijo, decidido a no dejar que esto se olvidara.

Mientras observaba las llamas devorar la estructura, Andrés se dio cuenta de que su vida había cambiado para siempre. La explosión no solo había destruido la fábrica, sino que también había encendido en él un fuego interior. Sabía que debía luchar por la seguridad de sus compañeros y por un futuro en el que situaciones como esta no volvieran a suceder.

“Esto no acaba aquí”, pensó, sintiendo que una nueva determinación comenzaba a florecer en su corazón. “Voy a hacer todo lo posible para que esto no se repita”. La lucha por la justicia y la seguridad apenas comenzaba, y Andrés estaba listo para enfrentar lo que viniera.