Begoña sospecha de María ¿descubrirá que ella sabía el plan de Gabriel? – Sueños de Libertad

La historia se sumerge en un episodio lleno de tensión, miedo y sentimientos encontrados. Todo comienza cuando Laudel y yo regresamos juntos a casa. Apenas llegamos, vimos cómo Andrés salía apresurado en su coche, con una expresión que no auguraba nada bueno. Aquella imagen nos dejó inquietos, sin entender muy bien qué ocurría, pero algo dentro de mí presintió que aquella salida no sería como cualquier otra.

Al entrar en casa, encontramos a María visiblemente alterada. Estaba tan nerviosa que apenas podía articular palabra, pero finalmente nos explicó que en la colonia se estaba viviendo una situación crítica. Su voz temblaba al contar los detalles, y aunque no comprendíamos del todo la magnitud del problema, decidimos volver allí sin pensarlo dos veces. Yo sentía la obligación de ayudar, sobre todo si mi labor como enfermera podía ser necesaria. Laudel intentó convencerme de que esperara, pero el instinto fue más fuerte. Tenía que regresar.

Cuando llegamos a la colonia, Casio se acercó corriendo hacia nosotros con el rostro pálido y el miedo reflejado en los ojos. Nos informó que Andrés aún no había salido de la sala de calderas, un lugar peligroso por naturaleza, especialmente tras los recientes fallos técnicos. Sin dudarlo, mi primera reacción fue querer entrar a buscarlo. Sin embargo, David se interpuso en mi camino. Me rogó que no lo hiciera, que era demasiado arriesgado, pero mi determinación era firme. No podía quedarme de brazos cruzados mientras alguien, y menos Andrés, estuviera en peligro.

Capítulo 414 de Sueños de libertad; 14 de octubre: Begoña duda si aceptar  la propuesta de matrimonio de Gabriel

Discutimos durante unos segundos que parecieron eternos. Yo insistía, con el corazón latiendo con fuerza, mientras David intentaba hacerme entrar en razón. Finalmente, viendo que no iba a detenerme, decidió entrar él mismo, quizá pensando que era mejor arriesgar su vida que permitir que yo lo hiciera. Fue un acto impulsivo, noble, pero también temerario. Ahora, en retrospectiva, me pregunto si debería haberlo detenido, si mis palabras no lo empujaron a enfrentarse al peligro que yo misma estaba dispuesta a correr.

Damián, al enterarse, trató de tranquilizarme, diciéndome que no debía sentirme culpable. Pero el peso de la conciencia es difícil de soportar cuando sabes que tus decisiones pudieron cambiarlo todo. Entonces apareció María, con el rostro desencajado por la angustia. Cuando la vio Damián, le preguntó qué hacía allí, sorprendido de verla en un lugar tan peligroso. Su respuesta fue tan dolorosa como contundente: “¿Cómo que qué hago aquí? Mi marido puede que muera. ¿Qué cree que hago aquí?”. Sus palabras, cargadas de desesperación, resonaron en todos nosotros como un golpe de realidad.

En medio de la confusión, Emiliano intentó ser de ayuda, ofreciéndole a María algo de beber en la cafetería mientras esperaban noticias. Pero ella no quería moverse de allí, su mirada estaba fija en la puerta del quirófano. Nadie sabía aún el desenlace, y cada minuto se hacía eterno. La tensión en el hospital era casi insoportable. Los médicos confirmaron que Andrés había sufrido una hemorragia interna y estaba siendo intervenido de urgencia. No había certezas, solo una larga espera llena de miedo y esperanza.

En cambio, Gabriel, que también se había visto implicado, estaba consciente. Los doctores le hacían pruebas, pero a simple vista parecía no haber sufrido heridas graves. La noticia trajo un poco de alivio entre tanto caos, un respiro momentáneo. “Es un milagro que se haya salvado”, murmuró alguien, como si el destino hubiera decidido darle una segunda oportunidad.

A pesar de ello, la atmósfera seguía cargada de reproches y silencios incómodos. María no podía dejar de repetir que les había advertido que no debían entrar en la sala de calderas, que aquello era demasiado peligroso. Pero nadie quiso escucharla. Ahora, el remordimiento caía sobre todos como una pesada losa. Damián, buscando entender lo ocurrido, le preguntó si creía que Andrés era consciente del riesgo que corría al entrar allí. María bajó la mirada y, con voz temblorosa, respondió que no, que si realmente lo hubiera sido, no estarían viviendo aquella pesadilla.

Avance del próximo capítulo de Sueños de libertad: Gabriel intenta  reconquistar a Begoña, pero ella se mantiene distante

Entonces surgió una tensión inesperada entre María y mí. Recordé cómo, al llegar a la colonia, ella me había impedido ir a buscar a Andrés. Estaba tan alterada, tan fuera de sí, que me bloqueó el paso. En ese momento me dio la impresión de que sabía algo más, de que intentaba ocultar o evitar algo. No pude evitar reprochárselo. “Cuando llegamos tú estabas muy nerviosa y me impediste que fuera a buscarlo… como si supieras lo que iba a pasar”, le dije. Ella, herida por mis palabras, replicó que era lógico estar nerviosa, que cualquier esposa en esa situación habría reaccionado igual.

La tensión se palpaba en el aire. Era el reflejo de una mezcla de dolor, miedo y desesperación. Todos buscábamos una explicación, una razón que diera sentido a lo ocurrido. Yo, entre lágrimas contenidas, trataba de justificar mi impulso de entenderlo todo. “Simplemente intento encontrar el motivo por el cual no hemos podido evitar todo esto”, confesé. Pero Damián, con su tono calmado, intervino para poner fin a la discusión. “Eso ya no importa. La situación es la que es. Lo que tenemos que hacer es apoyarnos los unos a los otros, como la familia que somos.”

Sus palabras fueron un bálsamo en medio del caos. A pesar del dolor, tenía razón: ya no servía de nada buscar culpables. Solo quedaba esperar, tener fe y mantenerse unidos. Sin embargo, en el fondo de cada uno de nosotros persistía una sombra de culpa. Nadie podía dejar de pensar en las decisiones tomadas, en las advertencias ignoradas, en los segundos que pudieron marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

La música del pasillo del hospital sonaba lejana, casi irónica, como un eco de calma en medio del desastre. Los rostros cansados, las manos entrelazadas, las miradas vacías de esperanza formaban un cuadro de sufrimiento colectivo. Afuera, la noche caía lentamente sobre la colonia, mientras dentro todo seguía suspendido en un mismo instante de incertidumbre.

Y aunque todos repetían que debíamos mantenernos unidos, cada uno de nosotros sabía que aquella noche dejaría cicatrices profundas. No solo en los cuerpos heridos, sino en los corazones de quienes, por amor o culpa, no pudieron evitar que la tragedia se desatara.