Avance Sueños de Libertad, capítulo 420: María contraataca: la carta que arrincona a Gabriel

En un miércoles que prometía ser decisivo, María descubrió un hallazgo inesperado entre las pertenencias de Andrés: la carta de Enriqueta, un documento que encerraba la verdad que podría dejar a Gabriel sin escapatoria. La misiva, cargada de reproches y secretos que él había tratado de enterrar, era ahora la clave para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Mientras tanto, en paralelo, Begoña permanecía junto a la cama de Andrés, lidiando con su culpa y la angustia de verlo inmóvil, mientras Raúl se debatía entre partir hacia Madrid o quedarse; Carmen, por su lado, se veía obligada a frenar la campaña publicitaria con Emma debido a la falta de stock, y Irene comenzaba a mover sus fichas para asegurar la floristería de José. En la fábrica, Damián resistía la presión de aceptar un socio capitalista… hasta que la realidad lo obligaba a confrontar la dura verdad. La gran incógnita permanecía: ¿se atrevería María a utilizar la carta y desbaratar los planes de Gabriel?

El aire en el hospital de Toledo era casi tangible, cargado de temor y de esperanzas que se debatían entre la vida y la muerte. El aroma a antiséptico y a sábanas limpias se mezclaba con el inconfundible olor metálico del miedo, impregnando cada rincón de la habitación. Para Begoña, sentada en su rígida silla de plástico junto a la cama de Andrés, cada respiración era un esfuerzo, como si una soga invisible se apretara alrededor de su pecho. Andrés yacía inmóvil, una sombra pálida del hombre vibrante que ella conocía y amaba, su rostro cerúleo marcado por cortes y moratones, rodeado de vendajes que ocultaban las heridas que los médicos habían descrito con frialdad. Conectado a un coro de máquinas que pitaban y zumbaban, era evidente que su corazón todavía luchaba por él.

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Begoña extendió la mano y tocó sus nudillos fríos, un gesto que parecía insuficiente ante la magnitud de su dolor. Entre lágrimas, le susurró palabras de amor y súplica: “Tienes que volver. No puedes dejarme ahora. No después de todo lo que hemos vivido”. Su voz temblorosa llenaba la habitación, un torrente de confesiones y emociones que solo el silencio podía recibir. Habló del miedo que la invadía al despertar cada día, de la culpa que la consumía y de la certeza insoportable de que Andrés se había puesto en peligro por protegerla de Gabriel y sus engaños.

La puerta se abrió suavemente, y Marta entró, compartiendo el mismo peso de la tensión y el agotamiento. La hermana de Begoña sabía que la vulnerabilidad de su hermano había reducido a Begoña a un estado de miedo paralizante. Intentó ofrecer consuelo con palabras firmes, recordándole que Andrés era fuerte y que saldría de esta, pero también insinuó la complejidad de los sentimientos implicados, revelando la dimensión de la culpa que Begoña cargaba sobre sí misma. Ambas mujeres permanecieron en silencio, unidas por el dolor y separadas por secretos, observando al hombre que, de diferentes maneras, era el centro de sus mundos.

Mientras tanto, en la colonia de Perfumerías De la Reina, Raúl enfrentaba su propio dilema. Rodeado de maletas y ropa cuidadosamente doblada, debatía si debía partir hacia Madrid para seguir su sueño en las carreras o quedarse para ayudar con la crisis de la fábrica. Chema, su compañero de cuarto, lo confrontó con un sarcasmo cargado de resentimiento, señalando que abandonar el momento más crítico era un acto egoísta. Cada palabra de Chema caló profundo en Raúl, haciéndole cuestionar sus prioridades y su lealtad. Sin embargo, un encuentro con Gaspar, el veterano empleado, le ofreció una nueva perspectiva: su partida no era una huida, sino una oportunidad para traer esperanza y orgullo a todos aquellos que dependían de él. La duda cedió paso a la determinación; irse ahora significaba luchar por su sueño, y hacerlo bien, por todos los demás también.

En la tienda de perfumes, la atmósfera reflejaba la crisis de la fábrica. Carmen anunció a Gema y Claudia la suspensión de la campaña publicitaria debido a la falta de stock, un golpe que congeló el corazón de la empresa. Las jóvenes sintieron la impotencia y la ansiedad que la situación imponía, y Claudia cargó con la culpa de irse en el peor momento. Sin embargo, Carmen y Gema la animaron a no dejar que la crisis ajena ensombreciera sus propios caminos, recordándole que su vida debía continuar a pesar de los problemas que afectaban a la empresa.

Lejos de los conflictos empresariales, Irene enfrentaba un desafío menor pero igualmente crucial: la adquisición de la floristería para José se veía amenazada por un aumento inesperado del precio. No obstante, su determinación la llevó a tomar la iniciativa, dispuesta a negociar directamente y asegurar un acuerdo justo. Para Irene, el negocio representaba más que una transacción: era la esperanza de un futuro mejor para alguien que dependía de ella.

En el hospital, Damián De la Reina, normalmente un pilar inquebrantable de la familia y la empresa, se encontraba abatido. La devastación en la fábrica y la incertidumbre sobre la recuperación de Andrés lo sumían en un estado de desesperanza. Cuando Tasio le propuso un socio capitalista para rescatar la empresa, Damián reaccionó con furia y rechazo absoluto. Consideraba que aceptar ayuda externa era traicionar el legado que él y su padre habían construido con esfuerzo. Sin embargo, Tasio y Joaquín, unidos por la urgencia de la situación, reconocieron que la única manera de salvar el futuro de la empresa era actuar, incluso si eso significaba enfrentarse al propio patriarca.

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En la casa grande, Gabriel mostraba preocupación por Begoña, disfrazando su necesidad de control como cuidado afectuoso. Su verdadero temor era que Andrés despertara y desbaratara la red de mentiras que había tejido, por lo que buscaba asegurarse de estar presente en todo momento, manipulando la situación a su favor. Sin embargo, en otro lugar de la familia, María recibía una noticia que renovaba su esperanza: el daño en su pierna no era permanente y, con esfuerzo y rehabilitación, recuperaría por completo la movilidad. La alegría inundó su ser y contagió a Damián, Julia y Manuela, convirtiendo la adversidad en un pequeño respiro de felicidad.

Mientras María revisaba las pertenencias de Andrés, Manuela descubrió un sobre arrugado y manchado en su chaqueta. Sin darle demasiada importancia, se lo entregó a María. Al abrirlo, descubrió la carta de Enriqueta, dirigida a Gabriel. Las palabras, llenas de reproches y advertencias, eran la prueba irrefutable de los engaños de Gabriel y de los secretos que había intentado ocultar. La comprensión golpeó a María con fuerza: todo encajaba, desde la ira de Andrés hasta su comportamiento antes del accidente. La carta se convirtió en un arma poderosa, un instrumento capaz de cambiar la balanza a su favor.

Un frío glacial recorrió a María, mientras la impotencia se transformaba en resolución. Sosteniendo la carta con firmeza, comenzó a trazar un plan. Gabriel creía tenerla bajo control, pero la misiva le daba a María la llave de su posible destrucción. La pregunta ya no era si Gabriel había sido culpable, sino si ella se atrevería a usar la evidencia contra él. En el brillo peligroso de sus ojos se adivinaba la respuesta: estaba lista para enfrentarlo, con toda la fuerza de la justicia y la astucia de su descubrimiento, marcando un punto de inflexión en la lucha de poder que se avecinaba.