Avance Sueños de Libertad, capítulo 406: Begoña y Andrés sospechan de Gabriel
El amanecer del viernes tres de octubre en la colonia De la Reina parecía traer consigo la calma del otoño, con una luz dorada que prometía serenidad. Sin embargo, esa apariencia de tranquilidad escondía las tensiones y los secretos que latían en cada rincón de sus calles, en cada habitación de sus casas, y sobre todo, en los corazones de sus habitantes. Como tantas veces, la fachada de paz era frágil, un velo que estaba a punto de romperse.
En el majestuoso despacho de Damián De la Reina, la tensión se palpaba como una cuerda tirante. El patriarca, tras su imponente escritorio de roble, observaba a sus hijos, Andrés y Gabriel. Mientras Andrés se mantenía firme y serio, apoyado en la ventana, con los brazos cruzados, Gabriel se movía con nerviosismo, jugueteando con un pisapapeles, incapaz de sostener la mirada de su padre y su hermano. Fue él quien, finalmente, rompió el silencio. Alegó que sus viajes a Madrid habían sido estrictamente laborales: reuniones secretas con un conglomerado hotelero que buscaba una línea exclusiva de productos para sus clientes. Tejió una historia llena de detalles, con nombres, cifras y fragancias inventadas. Su discurso, demasiado elaborado, parecía convincente a simple vista, pero su tono nervioso y sus gestos lo traicionaban.
Damián, al escuchar aquella explicación centrada en el negocio familiar, sintió un alivio inmediato. Aceptó la versión de Gabriel, lo felicitó por la iniciativa y lo animó a concentrarse en la fábrica y en su matrimonio con Begoña. Pero Andrés no se dejó engañar. Conocía demasiado bien a su hermano y detectó en su actitud el eco de la mentira. La supuesta negociación no encajaba, y las dudas lo llevaron a sospechar de una posible infidelidad. Recordó la tristeza de Begoña, su lejanía, sus confesiones de vacío, y la idea de que Gabriel la estuviera engañando comenzó a arraigarse en él, dolorosa y peligrosa, tanto por los sentimientos reprimidos que guardaba hacia ella como por el vínculo que los unía.
Mientras tanto, en otro rincón de la colonia, Luis se acercaba a Cristina en el invernadero. El reencuentro estuvo cargado de nostalgia y complicidad, pero pronto Cristina reveló su decisión de marcharse a Grasse, la cuna del perfume, para cumplir su verdadero sueño. Luis, dividido entre la comprensión y la envidia, intentó convencerla de quedarse, pero ella defendió con firmeza su derecho a volar. En medio de esa conversación íntima, Luz los descubrió. Los celos y las inseguridades de la doctora estallaron al ver la cercanía entre ambos, sintiéndose desplazada y excluida de un mundo compartido por su esposo y Cristina, un mundo que jamás podría comprender.
Las tensiones crecían en distintos frentes. Manuela y Gaspar, después de semanas de incertidumbre, lograban recuperar su amistad tras el anuncio de él de quedarse en la cantina, mientras Raúl, empujado por Teo, se preparaba en secreto para convertirse en piloto, ocultando la verdad a Claudia, que a su vez escondía su propia mentira: el dinero de la herencia. Los secretos y las medias verdades se entrelazaban como hilos de un tapiz cada vez más enmarañado.

Irene, por su parte, buscaba aliados para desenterrar los fantasmas del pasado de la fábrica y acudió directamente a Damián. Con valentía, le pidió ayuda para encontrar a José, el antiguo capataz, y a un Guardia Civil que podría revelar verdades ocultas. Damián, intrigado por la posibilidad de que aún hubiera cabos sueltos que pudieran ensuciar el honor de su familia, aceptó intervenir con absoluta discreción. Una alianza inesperada comenzaba a gestarse en la sombra.
En paralelo, Andrés confrontaba a Pelayo, acusándolo de estar implicado en la muerte de Santiago y de haberlo manipulado para silenciarlo. El político, temblando ante la posibilidad de que se descubriera su red de corrupción, descargó su furia sobre Marta, culpándola de traición y hiriéndola con el recuerdo cruel de Fina, la mujer que la había abandonado. Aquel ataque brutal destrozó cualquier vínculo que quedaba entre ellos, dejando solo rencor y vacío.
Pero el golpe más devastador se desarrollaba en el dispensario. Begoña, consumida por la distancia de Gabriel y sus propios miedos, descubría con angustia un retraso en su ciclo. La posibilidad de estar embarazada la estremecía entre la esperanza y el terror. ¿Un hijo en medio de tanta incertidumbre? ¿Un bebé que quizá no fuera suficiente para salvar un matrimonio en ruinas? La confesión a Luz fue un murmullo tembloroso: “Creo que estoy embarazada”. La doctora la sostuvo, compartiendo con ella el dolor de sentirse atrapadas en matrimonios fracturados, donde el amor parecía desvanecerse.
Esa noche, mientras el silencio caía sobre la colonia, Luis intentó una reconciliación con Luz. Preparó una cena con esmero, encendió velas y buscó en cada detalle la manera de recordarle su amor. Pero para ella, aquello no era un gesto romántico, sino una señal de culpabilidad. Le reprochó su cercanía con Cristina, revelándole que sabía del beso que ella había intentado darle, y que no había sido el primero. Luis, desconcertado y herido, trató de explicar, pero el veneno del resentimiento ya corría por las venas de Luz.
Así, la colonia De la Reina se encontraba sumida en un torbellino de secretos, sospechas y decisiones irreversibles. Gabriel respiraba aliviado creyendo que había convencido a su padre, pero no contaba con la mirada vigilante de Andrés. Luz veía tambalearse su matrimonio, Begoña escondía un posible embarazo, y las mentiras seguían creciendo, como un fuego lento que amenazaba con consumirlo todo. El capítulo se cerraba con la sensación de que la calma era solo una ilusión, y que el verdadero estallido estaba aún por llegar.