Avance del capítulo 416 de ‘Sueños de libertad’ del jueves, 16 de octubre: María se sacrifica por salvar a Andrés
La oscuridad de la noche envolvía la ciudad, como un manto pesado que presagiaba algo fatal. Las luces titilaban lejos, pero la calle donde María y Andrés se encontraban estaba desierta, solo iluminada por las sombras alargadas que proyectaban los edificios. El sonido de sus respiraciones agitadas se entremezclaba con el crujir de las hojas secas que el viento arrastraba, creando una atmósfera que cortaba el aliento.
María miraba a Andrés, quien, con las manos atadas a la espalda, se esforzaba por mantenerse en pie, aunque su rostro denotaba el sufrimiento. La joven, con los ojos rojos y la tensión acumulada en su cuerpo, sabía que este era el momento decisivo. No había más tiempo. Si no tomaban una decisión rápida, todo estaría perdido.
“María… no lo hagas. No vale la pena. Te lo ruego”, dijo Andrés con la voz quebrada. Sus ojos, aunque llenos de desesperación, reflejaban la profunda admiración que sentía por ella. Había sido testigo de la fuerza de María desde el primer día, y ahora, mientras ella se enfrentaba a la amenaza inminente, sabía que no podría soportar ver cómo sacrificaba su vida por él.
María no respondió de inmediato. Sus ojos se mantenían firmes, centrados en la figura de los hombres que avanzaban hacia ellos desde la esquina de la calle. Sabía que no había otra salida, pero las palabras de Andrés la alcanzaban de una manera inesperada, perforando las murallas que había levantado en su corazón.
“No podemos quedarnos aquí”, dijo finalmente María, su voz dura pero cargada de emoción reprimida. “Si no hago esto, no habrá futuro para ninguno de los dos. No lo entiendes, Andrés. Ellos… no se detendrán hasta conseguir lo que quieren. Y tú eres el último obstáculo.”
Andrés, en su estado de debilidad, intentó levantarse, pero sus piernas cedieron bajo su propio peso. “No, María… no dejes que tu sacrificio sea en vano. Tienes toda una vida por delante. No… no quiero que mueras por mí.”
Una lágrima resbaló por la mejilla de María, pero rápidamente la apartó, como si tratar de borrar ese gesto de vulnerabilidad pudiera hacerle más fuerte. En el fondo, sabía que este momento había llegado. No había otra opción.
El sonido de los pasos de los hombres se intensificó. La inminencia del peligro era palpable, y el aire se volvió más denso. Unos segundos antes de que los primeros de ellos se asomaran, María giró lentamente hacia Andrés, atrapándolo en su mirada.
“Te prometo que todo esto valdrá la pena”, dijo con una calma que solo los momentos más decisivos podían otorgar. Luego, con un gesto rápido, desató la cuerda que lo ataba, liberándolo. Andrés apenas pudo comprender lo que sucedía, su mente estaba nublada por el miedo y la confusión.
“Corre”, ordenó María, señalando una calle lateral. “Corre y no mires atrás.”
Andrés abrió la boca para protestar, pero las palabras quedaron atrapadas en su garganta al ver la expresión resuelta de ella. María ya se había dado la vuelta, caminando hacia los hombres que se acercaban a paso lento. Un destello metálico brilló en la mano de uno de ellos. Ella lo vio, pero no mostró miedo. Era su destino, y lo había aceptado.
“¡María!” Andrés gritó, intentando avanzar hacia ella, pero sus piernas temblaron y cedieron. Sin embargo, su desesperación no pasó desapercibida para ella. Sonrió débilmente antes de volverse, y por un momento, todo pareció ralentizarse. Esa sonrisa era todo lo que necesitaba para asegurarse de que él no perdería la esperanza.
Los hombres llegaron, rodeándola. Uno de ellos, el líder, la observó fijamente. “Sabíamos que llegarías a esto. Sabíamos que te sacrificarías”, dijo con una frialdad que helaba el aire. “Pero no será suficiente.”
María levantó la cabeza con valentía. “Nunca lo será”, respondió, sus ojos fijos en el líder. “Pero al menos ustedes no lograrán lo que quieren.”
En ese momento, sin que nadie pudiera anticiparlo, María dio un paso adelante, casi como un acto reflejo, y de repente la explosión de un ruido sordo retumbó por toda la calle. No fue una bala ni una explosión de fuego. Fue algo mucho más sutil, una acción que nadie había previsto, ni siquiera los propios hombres.
María, con un par de movimientos rápidos, activó un dispositivo escondido bajo su chaqueta. Las luces se apagaron al instante, sumiendo a todos en una oscuridad casi total. El sonido de la confusión se desató. Los hombres gritaron, tratando de encontrar la fuente del ataque, pero ya era demasiado tarde. El dispositivo que ella había activado había logrado lo que nadie pensó posible: un cortocircuito en todo el sistema eléctrico de la zona.
En ese instante, Andrés, que había caído al suelo, pudo ver una sombra moverse rápidamente. María, en un último acto de sacrificio, había colocado el dispositivo cerca de una de las conexiones principales. Su plan no era escapar; su plan era asegurar que él tuviera una oportunidad de vivir.
Con la oscuridad total a su alrededor, los hombres se dispersaron, intentando recomponer sus fuerzas. Y en el caos, Andrés aprovechó su oportunidad. Con el corazón acelerado, corrió por la calle lateral que ella le había indicado, sin mirar atrás, pero sabiendo que, de alguna manera, ella siempre estaría con él.
María había hecho su parte. Ahora, todo dependía de él.