AVANCE DE SUEÑOS DE LIBERTAD, VIERNES 24 DE OCTUBRE ANTENA 3, CAPITULO 425, MARÍA DETIENE A GABRIEL
Hola amigos, hoy les traigo un adelanto que promete sacudir por completo el rumbo de Sueños de Libertad. El capítulo 425 arranca en el hospital, con una escena cargada de tensión, dolor y desesperación.
En la penumbra de la habitación, Gabriel sostiene una jeringa llena de morfina. Sus manos tiemblan, su respiración es entrecortada. Frente a él, Andrés yace inconsciente, conectado a las máquinas que lo mantienen con vida. Cada segundo que pasa lo acerca a una decisión que podría cambiarlo todo. El silencio se vuelve insoportable. Gabriel se acerca lentamente, decidido a poner fin a la agonía… pero justo cuando va a inyectarlo, María irrumpe en la habitación como un rayo.
—¡Gabriel, aparta tus manos de mi marido! ¿Qué ibas a hacer? —grita con el alma desgarrada.
El sonido de su voz rompe el aire. Gabriel se queda paralizado, pálido, con la mirada perdida. —Espera, María, por favor… —balbucea desesperado.
Pero María no está dispuesta a escuchar. Lo mira con una mezcla de rabia e incredulidad. —Nunca pensé que serías capaz de llegar tan lejos —le reprocha.
Él intenta justificarse, buscando compasión. —Estoy desesperado, María… vine porque necesitábamos que él no despertara…
Esas palabras caen como un golpe. María lo observa, incrédula, el corazón latiéndole con furia. —Entonces, ¿eras tú? ¿Tú estabas detrás del sabotaje de la caldera? —pregunta con voz temblorosa.
Gabriel, con la mirada vacía, asiente. —Sí. Le conté todo justo antes de la explosión. Era la única forma de salvarnos.
María no puede creer lo que escucha. —Eres un malnacido —susurra con los ojos llenos de lágrimas.
Gabriel intenta defenderse: —Tú también tienes mucho que perder si despierta.
Pero María, con voz firme, le responde: —Y mucho que ganar si mi marido sigue con vida.
Él extiende la mano suplicante. —Dame la jeringa, María. Es peligrosa. Podrías salir herida.
Ella retrocede, furiosa. —¿Y si el que sale herido eres tú? —replica con un tono helado. Y en un movimiento decidido, lanza la jeringa al suelo. El cristal se rompe en mil pedazos y rueda hasta detenerse junto a la cama de Andrés, como símbolo del límite que acaba de cruzarse.
Gabriel la observa con una mezcla de miedo y desesperación. —No lo entiendes, María. Yo solo quería ayudar. Estamos en el mismo barco —implora.
—No, Gabriel —responde ella con voz cortante—. Ya no estamos en el mismo barco. ¡Lárgate!
Él intenta una última vez hacerla razonar: —María, no eches todo a perder. Brosard está a punto de comprar la empresa.
Ella lo corta con desprecio. —Déjalo en paz. ¿De verdad crees que se interpondrá en tu camino estando así?
Gabriel la encara con ira contenida. —¿Por qué lo defiendes? Tu marido te detesta. ¿Tan difícil es entenderlo?
María, con una fortaleza que brota del dolor, responde: —Voy a vigilarlo día y noche si hace falta. No volverás a acercarte. ¡Vete!
Gabriel se queda sin palabras. Derrotado, baja la cabeza y abandona la habitación, dejando tras de sí un silencio helado. María, temblorosa, se sienta junto a Andrés, lo observa unos segundos y rompe a llorar. Se inclina sobre su pecho y susurra entre sollozos: —Lo siento, mi amor. Lo siento tanto.
Sus lágrimas caen una a una sobre él. Su dolor se vuelve un lamento mudo que inunda la habitación. Afuera, la noche parece detenerse. Nada será igual después de esto.

Mientras tanto, en la casa de los Merino, el amanecer trae consigo un aire de inquietud. En el comedor, Digna desayuna con Luz, pero la conversación pronto deriva hacia un tema que le quita el sueño.
—Luz, ¿cómo ves a Begoña? —pregunta con gesto preocupado.
—¿A qué te refieres? —responde Luz, algo sorprendida.
—A su matrimonio… a su embarazo —insiste Digna—. Me preocupa que se haya atado tan pronto a Gabriel. Apenas lo conoce. Y las dos sabemos que no ha olvidado a Andrés.
Luz intenta mantener la calma. —Es cierto que Andrés siempre ocupará un lugar en su corazón, pero también tiene derecho a ser feliz —responde con dulzura.
Digna, sin embargo, no está convencida. —No quiero que repita mis errores. Yo también creí conocer a Pedro y mira cómo terminó todo.
Luz suspira, buscando poner fin al mal presagio. —No compares. Gabriel ha demostrado quererla de verdad. Está a su lado, la apoya.
Pero Digna insiste, aferrándose a su intuición. —No lo sé, Luz. Hay algo en él que no me inspira confianza. No sabría explicarlo, pero lo siento aquí —dice, llevándose la mano al pecho.
—Tal vez no sea desconfianza, sino miedo —responde Luz con suavidad—. Miedo de verla sufrir otra vez.
Digna asiente, pero no dice más. En su mirada se refleja una sombra de duda. El café se enfría entre sus manos mientras su pensamiento vuelve una y otra vez a Begoña y al hombre que podría destruirle la vida.

Por otro lado, en la fábrica, la tensión también se hace sentir. Claudia y Gaspar llegan al despacho de Tasio con una propuesta que podría cambiar el futuro de todos.
—Tasio, solo queremos hablar un momento —dice Claudia con esperanza.
Él, ocupado y molesto, apenas levanta la vista. —No tengo tiempo.
Gaspar coloca un documento sobre la mesa. —Aquí está nuestra propuesta. Queremos formar una cooperativa.
Tasio alza una ceja, incrédulo. —¿Una cooperativa? ¿De verdad creen que con sus ahorros podrán salvar esta fábrica?
Claudia no se amedrenta. —Preferirás tener a tus trabajadores como socios antes que venderla a una empresa extranjera, ¿no?
Tasio suspira. —Preferiría eso, sí, pero los números no entienden de sentimientos.
Gaspar aprieta los puños. —Entonces lo conseguiremos antes de la junta.
Tasio se encoge de hombros con ironía. —Si antes de las ocho me traen un milagro, lo consideraré.
Los dos salen del despacho decididos. A pesar de todo, mantienen viva la esperanza de reunir el dinero y salvar la fábrica. Afuera, el cielo está gris, pero una pequeña luz se filtra entre las nubes: la promesa de que los sueños aún pueden sobrevivir.
El capítulo 425 de Sueños de Libertad es una montaña rusa emocional donde el amor, la traición y la esperanza chocan con fuerza. María se convierte en el muro que detiene a Gabriel justo antes de cruzar la línea del crimen. Su valentía salva a Andrés, pero también la enfrenta a una verdad devastadora: el hombre que alguna vez consideró un amigo no es más que un traidor.
Mientras tanto, Digna lucha contra sus presentimientos, temiendo que la historia vuelva a repetirse con Begoña y Gabriel. Y en la fábrica, Claudia y Gaspar encarnan la otra cara de la historia: la lucha colectiva por la libertad y la dignidad.
Un episodio donde la vida y la muerte se miran cara a cara, donde cada decisión pesa como una sentencia, y donde el amor, aunque golpeado, sigue siendo el único motor que mueve a los personajes hacia adelante.
