Avance de ‘Sueños de Libertad’: Damián MATA a Pedro para ENTERRAR su SECRETO

La mansión de los De la Reina se convierte en un escenario sofocante, donde cada rincón parece impregnado de un aire tan pesado que cuesta respirar. No es el calor del final del verano lo que asfixia, sino el presentimiento de una tragedia inevitable, una muerte que se arrastra como sombra en cada tic-tac del reloj del vestíbulo. En el ala oeste, Pedro se consume en la cama, rodeado de sábanas blancas que contrastan con la palidez enferma de su piel. A su lado, sentado en un sillón de cuero, Damián observa con rostro pétreo, cargando el peso de décadas de secretos y rencores. El olor a antiséptico y flores marchitas agrava la sensación de clausura, de que ese cuarto se ha transformado en un mausoleo en vida.

Pedro, apenas un susurro de hombre, pide agua. Damián obedece mecánicamente, acercándole la pajita sin un atisbo de ternura. Los labios agrietados del moribundo absorben el líquido, mientras con un hilo de voz agradece, disfrazando de elogio lo que suena más a reproche: “Siempre has cuidado de todos”. El patriarca no responde, sus nudillos tensos sobre las rodillas revelan la furia contenida. Desde hace dos días, escucha los delirios febriles de Pedro, palabras incoherentes que giran siempre en torno al nombre de Jesús, su hijo muerto, la herida más profunda de su alma.

De pronto, entre accesos de tos, Pedro nombra a Digna. No es la primera vez, pero esta vez lo hace con una claridad que hiela la sangre de Damián. Con voz rota, el moribundo insinúa que la verdad sobre Jesús es distinta a la que todos creyeron. Ese veneno inoculado en la mente del patriarca despierta un torbellino de dudas y temores. La chispa de malicia en los ojos hundidos de Pedro revela que aún en su agonía busca infligir daño. “La verdad te quemaría, Damián”, advierte, antes de caer nuevamente en un letargo.

Sueños de libertad, avance del capítulo de hoy: Damián, decidido a relevar  a don Pedro

Mientras tanto, en la fábrica, Tasio se hunde bajo la presión de un cargo que le queda demasiado grande. Los informes no cuadran, los retrasos se acumulan y los trabajadores lo observan con desconfianza. Su inseguridad crece con cada recriminación de los gerentes, convencidos de que está llevando la empresa al fracaso. A la par, Marta, encerrada en su habitación, se enfrenta a su propio abismo tras el fiasco del lanzamiento de Pasión Oculta. El espejo le devuelve una imagen derrotada, incapaz de reconocerse como la mujer fuerte que todos esperaban. Ni siquiera las palabras de ánimo de Jaime logran arrancarla de esa oscuridad en la que siente que ha perdido su identidad.

En contraste, Begoña y Luz viven un momento de triunfo en su improvisado laboratorio. Tras múltiples intentos, logran perfeccionar una fórmula con la belladona, celebrando como si hubieran conquistado un pequeño milagro en medio del caos. Sin embargo, su alegría será efímera: los muros de la mansión guardan secretos capaces de derrumbar cualquier esperanza.

Gabriel, con el alma desgarrada por traiciones, busca refugio en Begoña. Se confiesa con ella, compartiendo sus miedos y sospechas de que alguien de la familia lo ha traicionado. La complicidad entre ambos crece, un lazo inesperado en un mar de mentiras, pero ninguno imagina que en ese mismo instante Pedro prepara la confesión que puede dinamitarlo todo.

Al día siguiente, bajo un cielo gris que anuncia tormenta, Damián regresa al cuarto del moribundo. Pedro, en una última llamarada de lucidez, decide soltar la verdad. Entre jadeos, relata lo ocurrido la noche fatídica en que Jesús cayó herido. Sí, Digna disparó, pero el disparo no fue mortal. Jesús agonizaba, aún con vida, y podría haber sido salvado. La revelación sacude a Damián como un rayo. Pedro admite entonces su crimen: vio en la debilidad de Jesús la oportunidad de vengarse y de atar a Digna a su manipulación. Le hizo creer que había matado a su esposo, cuando en realidad fue él quien dejó morir al joven, observando cómo se desangraba sin mover un dedo.

Las palabras caen como piedras sobre el patriarca. El mundo que había construido alrededor de la culpa de Digna se desploma, revelando que la verdadera monstruosidad estaba frente a él. Pedro confiesa con orgullo enfermizo que alimentó la culpa de Digna, que la utilizó como marioneta todos esos años. Con esa revelación, su rostro adopta una expresión de triunfo, convencido de que con su verdad arruina definitivamente la paz de Damián.

El silencio se apodera del cuarto. Damián, en lugar de explotar, se sumerge en una calma aterradora. Comprende que esta verdad no puede salir a la luz: no liberaría a Digna, sino que destrozaría el honor de la familia y desataría un escándalo sin retorno. Decide entonces que el secreto debe morir con Pedro. Su rostro se endurece, convertido en máscara de granito, mientras toma la decisión más oscura de su vida.

Con movimientos calculados, Damián toma la almohada del lecho y la coloca sobre el rostro de Pedro. El moribundo forcejea débilmente, pero es inútil. La fuerza del patriarca es implacable. “Esto no es por venganza, Pedro”, susurra con frialdad, “es para restaurar el orden. Tu historia muere contigo”. Los estertores duran apenas unos instantes antes de que la quietud lo invada todo. Damián sostiene la presión hasta asegurarse de que la vida se ha extinguido.

Avance semanal de Sueños de libertad: Damián descubre toda la verdad  mientras don Pedro se enfrenta a sus últimos días

Cuando retira la almohada, el rostro de Pedro luce sereno, libre de la malicia que lo había consumido. El patriarca ordena las sábanas, se lava las manos y se recompone frente al espejo. La imagen que lo observa es la misma de siempre, pero sus ojos delatan la oscuridad recién instalada en su alma.

Al salir de la habitación, se cruza con Digna, que sube con una bandeja de té. Ella pregunta por Pedro con voz temblorosa. Damián la mira fijamente, viendo por fin a la mujer inocente que durante años cargó con una culpa que no le pertenecía. Apoya una mano en su hombro y le dice con calma: “Ha acabado, Digna. Pedro ha muerto. Por fin ha encontrado la paz”. Ella rompe en sollozos, creyendo en esas palabras de consuelo, sin sospechar que la verdadera liberación le ha sido negada.

El patriarca sabe que ha sellado su condena. Ha decidido ser juez, jurado y verdugo, enterrando un secreto que podría haber redimido a Digna. A partir de ahora, vivirá como guardián de una verdad maldita, llevando en sus ojos el reflejo de una tormenta que nunca se disipará. Porque en la mansión de los De la Reina, los secretos nunca mueren: simplemente cambian de dueño.