Andrés recibe una carta confirmando que Gabriel chantajeó a Remedios – Sueños de Libertad
Andrés recibe una carta que cambiará el rumbo de su vida y de todo lo que creía saber sobre Gabriel. La misiva llega en un sobre sin remitente claro, con una caligrafía sencilla pero firme. Al abrirla, el joven empresario queda desconcertado al leer el encabezado: «Señor don Andrés de la Reina». El tono formal y el temblor de las letras anticipan el peso del mensaje que está por descubrir.
«Si le escribo a usted —comienza la carta— es porque sé que fue una de las pocas personas que se preocupó por mi madre. Soy Enriqueta, la hija de Remedios, la operaria que está en la cárcel acusada de un delito que no cometió». Andrés siente un escalofrío. Recuerda perfectamente a Remedios, una mujer trabajadora, discreta, que lo trataba siempre con respeto. También recuerda el día de su detención, el desconcierto en sus ojos y sus lágrimas al jurar que era inocente.
Enriqueta continúa explicando en su carta que su madre ha sufrido en silencio desde su ingreso en prisión, cargando con una culpa que no le pertenece. «Mi madre es inocente —escribe—, pero me ha confesado por correspondencia que alguien la amenazó para que cargara con la culpa de lo ocurrido en el laboratorio. Temo por su vida, y también por la mía». Andrés, al leer esas palabras, siente que algo se rompe dentro de él. Había sospechado que algo no cuadraba, pero nunca imaginó que el engaño pudiera llegar tan lejos.
La carta prosigue describiendo los detalles de la amenaza. Enriqueta explica que Remedios fue presionada para confesar el robo de una muestra de perfume, supuestamente propiedad de Cobeaga, un nombre que despierta ecos de conflictos pasados. Andrés recuerda las palabras del sargento Pontón cuando le comunicó la supuesta confesión de la mujer. En ese momento, creyó que el caso estaba cerrado, que la justicia había hablado. Pero ahora, todo cobra un sentido distinto: aquella confesión fue obtenida bajo coacción.
«Mi madre no robó nada —continúa Enriqueta—. Lo hizo por miedo. Alguien la amenazó, alguien poderoso, alguien que podría destruirnos a ambas si se negaba a obedecer». Andrés traga saliva, incapaz de apartar de su mente un nombre que se repite como un eco: Gabriel. Su primo, su aliado en los negocios, el hombre en quien confió ciegamente. El que siempre parecía un paso por delante de todos, manipulando las circunstancias a su favor.
Enriqueta termina su carta con una súplica: «Por favor, no le cuente a nadie que he contactado con usted. Mi madre teme por mi seguridad, pero no descansaré hasta probar su inocencia. Le ruego su ayuda, don Andrés. Sólo usted puede hacer justicia». Andrés cierra los ojos, dejando que las palabras resuenen en su mente. Siente rabia, tristeza y una determinación creciente. Si lo que insinúa Enriqueta es cierto, Gabriel no solo habría saboteado la fábrica, sino también arruinado la vida de una mujer inocente para protegerse.
Mientras tanto, los recuerdos vuelven como una avalancha. Andrés rememora aquella conversación con Remedios en el taller, cuando ella le rogaba que creyera en su inocencia. «Yo no soy una ladrona —le decía entre sollozos—. Soy una persona honrada». Y él, conmovido, le prometió que encontraría una explicación. En ese instante, su promesa vuelve a cobrar sentido. Ahora comprende que no se trataba de una simple coincidencia, sino de una red cuidadosamente tejida por alguien que sabía manipular a las personas y los hechos.

El aire en la oficina se vuelve denso. Andrés relee la carta una y otra vez, buscando alguna pista que lo conduzca al responsable directo. La referencia al «hombre en Madrid» que recibió la muestra robada le da una pista. Decide actuar de inmediato. Llama a su contacto en la policía y le pide revisar los archivos del caso, especialmente los movimientos de las pruebas y los testigos. Sabe que está tocando terreno peligroso, pero su instinto le dice que la verdad está cerca.
Horas después, en la comisaría, el sargento Pontón le confirma algo inquietante. Remedios había mencionado el nombre de Gabriel antes de retractarse, temerosa de las consecuencias. Andrés queda helado. Todo encaja. El chantaje, el silencio de Remedios, la confesión forzada, la repentina calma de Gabriel tras el incidente del perfume. Todo era parte de un mismo plan.
Andrés se levanta con el corazón latiendo con fuerza. La traición de su primo se hace evidente, pero también comprende que enfrentarlo sin pruebas firmes podría ser su perdición. Debe moverse con cautela, reunir evidencias y esperar el momento justo. Mientras tanto, decide responder la carta de Enriqueta con un mensaje breve pero esperanzador: «Gracias por confiar en mí. Haré todo lo posible por limpiar el nombre de su madre».
Esa noche, Andrés apenas puede dormir. Las palabras de Enriqueta lo persiguen. Imagina a Remedios, sola entre los muros fríos de la cárcel, protegiendo a su hija y soportando el peso de una culpa ajena. Imagina también a Gabriel, tranquilo, disfrutando de su aparente victoria. Pero lo que Gabriel ignora es que la verdad ya ha empezado a abrirse paso.
Al día siguiente, Andrés acude a la prisión. Solicita una reunión con Remedios bajo pretexto de revisar su declaración. Cuando ella entra en la sala, su mirada refleja sorpresa y desconfianza. Andrés le muestra la carta y le pregunta directamente si es cierto que Gabriel la amenazó. Remedios baja la cabeza y guarda silencio unos segundos que parecen eternos. Finalmente, entre lágrimas, asiente. «No quería hacerlo —confiesa—, pero me juró que si hablaba, mi hija sufriría».
La confesión de Remedios confirma todo. Andrés siente una mezcla de alivio y horror. Por un lado, al fin tiene la prueba que necesitaba; por otro, sabe que la situación es mucho más grave de lo que imaginaba. Gabriel no solo ha mentido, sino que ha usado el miedo como arma. Promete a Remedios que hará justicia y que nadie volverá a amenazar a su familia.
De regreso en la colonia, Andrés observa a Gabriel desde la distancia. Lo ve reír, hablar con naturalidad, fingiendo ser el mismo de siempre. Pero ahora, Andrés ya no ve en él a un socio, sino a un enemigo. La carta de Enriqueta no solo le ha revelado la verdad, sino también le ha dado un propósito: desenmascarar a Gabriel y limpiar el nombre de Remedios, cueste lo que cueste.