Sueños de Libertad Capítulo 433 (¡El fin de los De la Reina! Los franceses toman el control total)

Begoña se encontraba en el despacho principal de Perfumerías De la Reina, un lugar que siempre había sido el símbolo inexpugnable del poder de su familia. Ahora, el ambiente era tan frío y estéril como el mármol de la chimenea. La luz de la mañana, habitualmente un presagio de actividad, se sentía como una luz de juicio.

Frente a ella, en la imponente mesa de caoba que antes ocupaba D. Damián, estaban sentados dos hombres franceses de traje oscuro: Monsieur Dubois, el director de operaciones del consorcio parisino, y Monsieur Leclerc, el nuevo jefe de finanzas, ambos con una expresión de superioridad tranquila. A su lado, con una sonrisa que Begoña encontró repugnante, estaba Jesús, su esposo.

“Señora De la Reina,” comenzó Dubois, su español era perfecto pero con un acento cortante. “Como sabe, con la firma de la última cláusula del acuerdo de refinanciación, y dada la incapacidad actual de D. Damián para dirigir, nuestra participación ha ascendido al 75%.”

Begoña sintió un escalofrío. El 75%. La familia De la Reina era ahora una minoría insignificante en su propia empresa.

“¿Qué quiere decir con esto, Monsieur Dubois?”, preguntó Begoña, intentando mantener la voz firme. Sabía que se avecinaba la estocada final.

Leclerc se inclinó hacia adelante, deslizando una carpeta de cuero sobre la mesa. “Significa, Madame, que el control total de Perfumerías De la Reina es, de ahora en adelante, propiedad francesa. El consejo ha votado. Y la votación fue unánime.” Hizo una pausa, mirando a Jesús con una complicidad que no pasó desapercibida para Begoña. “A excepción del 25% que Jesús mantiene, claro está.”

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Begoña se volvió hacia su esposo, sus ojos ardían con desprecio y traición. “¡Jesús! ¿Sabías esto? ¡Lo sabías y no dijiste nada!”

Jesús se encogió de hombros, su expresión era de satisfacción contenida. “Begoña, fui el único que pudo salvar la empresa de la quiebra total que dejó mi padre. Los franceses ofrecieron la única salida. Y gracias a mi visión, he asegurado que una parte de la empresa siga siendo mía. He actuado como un hombre de negocios.”

“¡Actuaste como un traidor!”, le espetó Begoña. “¡Tú vendiste el legado de tu padre, la sangre de tu familia, por poder personal!”

Marta, que había entrado discretamente y se había posicionado junto a Jesús, se rió suavemente. “Vamos, Begoña. Jesús tomó una decisión difícil pero necesaria. Es un buen líder. Algo que tú y tu protector, Gabriel, nunca entendieron. Él está cosechando lo que sembró.”

La mención de Gabriel hizo que Begoña recordara el momento en que su amante la había dejado sola en el hospital. Había vuelto, sí, pero tarde. Había intentado luchar contra los tejemanejes de Jesús, pero los contratos ya estaban firmados. Su partida en aquel momento crucial había sido la primera grieta en el muro de defensa de Begoña.

Dubois interrumpió la disputa familiar con un golpe seco en la mesa. “Suficiente. A los hechos. El primer cambio fundamental es la reestructuración del personal. Se ha decidido que todas las ramas de la administración, dirección de ventas y marketing serán asumidas por personal de París.”

Begoña palideció. “¿Están despidiendo a toda la vieja guardia? ¿A la gente que construyó esta empresa con Damián?”

“Es la modernización, Madame,” dijo Leclerc con frialdad. “Necesitamos aire nuevo. Por lo tanto, su puesto como responsable de publicidad, y el puesto de su hermana como gerente de personal, quedan suprimidos con efecto inmediato.”

Marta exhaló un sonido de absoluta incredulidad. “¡¿Mi puesto?! ¡Pero si yo he estado ayudando a Jesús en las negociaciones! ¡Soy una De la Reina!”

Jesús se puso tenso. No había previsto que la purga de los franceses fuera tan extensa, que afectara a su propia hermana. Se volvió hacia Dubois. “Un momento, Monsieur. Mi hermana es esencial en el día a día. Ella es de confianza.”

Dubois levantó una ceja. “Jesús, hemos comprado la compañía para hacer nuestras operaciones. No las suyas. Usted se queda como presidente honorífico, un título vacío. Pero la gerencia operativa es nuestra. Es la única manera de garantizar la rentabilidad que nos prometió.”

La derrota de Marta fue casi tan satisfactoria para Begoña como su propia rabia. Pero la alegría duró poco.

“Y por último,” continuó Dubois, mirando fijamente a Begoña. “Hemos decidido que, debido a la grave crisis de reputación reciente, la presencia de la familia De la Reina en el día a día es perjudicial. Por lo tanto, la residencia de la familia pasará a ser una propiedad corporativa.”

Begoña sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. “¡La casa! ¡No pueden quitarnos nuestra casa!”

“Podemos, Madame,” afirmó Leclerc. “Es parte de la garantía. Tienen 72 horas para desalojar la propiedad. El nuevo director ejecutivo necesita una residencia adecuada. Y ustedes, los De la Reina, ya no la necesitan. El fin del control familiar, es el fin de todo, ¿no es así?”

Begoña miró a Jesús, luego a Marta, y por último a los implacables franceses. Los De la Reina habían perdido su empresa, su hogar y su dignidad. El imperio de Damián había colapsado, no por la crisis externa, sino por la traición interna y la ambición ciega de sus propios herederos.


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