Avance del capítulo de ‘Sueños de libertad’ de hoy: Gabriel se despide de Begoña y pone rumbo a París
El despacho de la mansión De la Reina, un lugar lleno de sombras y secretos a voces, se convierte en la sala de un adiós tenso y cargado de dobles sentidos. La luz es tenue, apropiada para una partida que huele a huida.
Gabriel (el hermano consumido por la culpa, ahora con una falsa resolución en el rostro) se encuentra frente a Begoña (la cuñada, cuya mirada de afecto esconde una creciente sospecha). Gabriel lleva un abrigo y sostiene una maleta de cuero, un símbolo visible de su intención de escapar.
“Begoña,” dice Gabriel, su voz suena demasiado alta en el silencio de la sala. Intenta sonar ligero y optimista, pero hay una nota de pánico que se filtra. “He venido a despedirme. París me espera. Unos negocios… que no pueden esperar.”
Begoña lo mira fijamente. En sus ojos hay una interrogación silenciosa que desarma la fachada de Gabriel. Ella ha notado su nerviosismo y su comportamiento errático desde el regreso de Andrés.

“¿París, Gabriel?” pregunta Begoña, con una suavidad peligrosa. “Parece una decisión un tanto precipitada. ¿Justo ahora que Andrés ha vuelto y la fábrica necesita toda la estabilidad posible?”
Gabriel evita su mirada, buscando desesperadamente cualquier punto de fuga en la sala. “Bueno, ya sabes cómo son los negocios. Y honestamente, Begoña, creo que a Andrés le vendrá bien un poco de espacio para recuperarse. Mi presencia solo le recuerda… los viejos tiempos.”
Begoña da un paso hacia él, su voz se endurece ligeramente. “Los viejos tiempos… ¿o los secretos, Gabriel? ¿Tienes miedo de que Andrés recupere completamente la memoria y recuerde algo que nos has estado ocultando?”
El comentario es un golpe directo. Gabriel palidece. El miedo se dibuja claramente en su rostro, por un instante, su fachada se derrumba.
“¡Begoña, no digas tonterías!” espeta Gabriel, su voz aguda y defensiva. “Solo quiero un descanso. Un cambio de aires. ¿Acaso no es suficiente con el drama de la explosión y lo de Marta?”
“No, no es suficiente,” responde Begoña, con una firmeza calmada. “Y creo que lo sabes. Vi tu comportamiento en el hospital. Vi tu ansiedad. Esto no es un viaje de negocios, Gabriel. Esto es una huida.”
Gabriel cierra los ojos un instante, la culpa lo aplasta. Él sabe que ella está demasiado cerca de la verdad. No puede confesar, pero necesita su perdón – o al menos, su silencio.
“Si quieres pensar eso, piénsalo,” dice Gabriel, su tono se vuelve melancólico en un último intento de manipulación emocional. “Solo te pido una cosa, Begoña. Cuida de Andrés. Y si él… si él recuerda algo confuso… dile que… que todo está bien. Que yo no quería hacerle daño a nadie.”
La frase es ambigua y llena de culpa. Begoña lo mira, y en ese momento, ella entiende que él esconde una verdad oscura. Pero su necesidad de proteger a Andrés es mayor que su deseo de confrontarlo.
“Lo haré, Gabriel,” dice Begoña, con una fría promesa en su voz. “Cuidaré de Andrés. Y él… acabará recordando todo. Y cuando lo haga, me aseguraré de que sepa toda la verdad. Vayas a donde vayas.”
Gabriel asiente, un miedo profundo grabándose en sus ojos. Toma su maleta. La despedida es breve y sin afecto. Él ha escapado físicamente, pero ha dejado su culpa como un fantasma en la mansión De la Reina. Su partida a París no es el final de su drama, sino solo el inicio de la cacería de la verdad que Andrés y Begoña están a punto de emprender.