ANDRÉS DESCUBRE QUE LA EXPLOSIÓN NO FUE UN ACCIDENTE Y SE DERRUMBA EN SUEÑOS DE LIBERTAD
El sol de la mañana se filtra por las ventanas del almacén de la Fábrica Reina, iluminando el polvo suspendido en el aire, que ahora parece una niebla asfixiante para Andrés (cuyos ojos reflejan la intensidad de la verdad que está a punto de desenterrar).
Andrés ha regresado al lugar del desastre, solo. Se mueve con una precisión febril, impulsado por el recuerdo fragmentado del día de la explosión. Ha estado buscando algo, cualquier cosa que la policía haya pasado por alto, que su memoria haya conservado.
Se detiene frente al área que sufrió el daño más severo. Pasa su mano por la pared ennegrecida, sintiendo la aspereza del trauma.

De repente, sus dedos rozan algo pequeño y metálico encajado en una grieta del suelo, justo debajo de una viga caída. Es un minúsculo fragmento de un detonador, irregular y carbonizado, pero lo suficientemente intacto para que Andrés, con sus conocimientos de ingeniería, reconozca su origen siniestro.
Lo coge, el metal está frío y pesado en su palma. En ese instante, su mente, que ha estado luchando contra el muro de la amnesia, cede.
El recuerdo completo lo golpea con la violencia de un rayo.
Andrés está allí. Grita, advirtiendo del peligro. Ve a una persona – una silueta que ahora es nítida y escalofriante – manipulando un explosivo de fabricación casera cerca de un tanque de químicos. La figura no es Gabriel, pero está siendo dirigida por una voz autoritaria y fría que resuena en el almacén.
Recuerda la cara de pánico del saboteador, la mirada gélida del instigador. Recuerda el flash blinding y la onda expansiva que lo arrojó por los aires.
Andrés cae al suelo, jadeando por aire. El fragmento del detonador resbala de sus dedos. Sus ojos están abiertos, desorbitados por la verdad brutal.
“No fue… un accidente,” susurra, la voz rota por la comprensión. “Fue planeado. Fue… un intento de asesinato.”
La certeza lo golpea como un tren. La persona que vio, la voz que escuchó… no son extraños. Son alguien íntimamente conectado a la Fábrica Reina, alguien con el poder y el motivo para destruirlo a él y a la empresa.
La traición es tan profunda que Andrés siente que el aire le falta. La persona que lo salvó, Begoña, el amor de Fina, el dolor de su familia… todo ha sido una mentira tejida alrededor de un secreto mortal.
Se derrumba sobre el suelo frío, un llanto amargo y silencioso sacudiendo todo su cuerpo. Llora por el dolor físico, por la memoria perdida y, lo más importante, por la inocencia que acaba de perder para siempre. El sueño de una vida normal se ha roto en mil pedazos.
Andrés, el hombre que sobrevivió a una explosión, ahora se derrumba al enfrentarse a la cruel verdad de que el peligro no estaba en el almacén, sino en su propia casa. La lucha por la libertad acaba de volverse una carrera por su vida.