La oscuridad del trauma se cierne sobre la mansión De la Reina en este capítulo crucial, donde la verdad sobre la explosión comienza a emerger con una violencia emocional que amenaza con destrozar a toda la familia.

Andrés revive el día del desastre

Andrés (recuperado físicamente, pero un fantasma de sí mismo debido a la amnesia), ignora los ruegos de Begoña y, aferrándose a una pregunta obsesiva—¿qué ocurrió realmente el día de la explosión?—regresa al lugar del desastre: el área del almacén de la Fábrica Reina. El lugar está ahora frío y vacío, pero para Andrés, el aire está espeso con el recuerdo latente.

Mientras camina sobre el suelo ennegrecido, el dolor de cabeza se intensifica. Cierra los ojos. El silencio se rompe de repente por el eco ensordecedor de su propia memoria. Un flashback doloroso y fragmentado lo golpea con la fuerza de la propia explosión.

Andrés no solo recuerda el estallido, sino los momentos previos: él, discutiendo acaloradamente con una figura sombría cerca del área de peligro. Recuerda una amenaza velada y un objeto, un detonante, que cae al suelo. El rostro de la figura aún está nublado, una laguna inquietante, pero la sensación de traición es cristalina.

Cae de rodillas, el sudor frío cubriéndole la frente. Ha revivido el momento de su condena. Se da cuenta de que la explosión no fue un accidente. Alguien lo quería muerto. Alguien de la propia familia o de la empresa. Andrés ha recuperado la memoria, pero ha encontrado una verdad mortal que lo deja en un estado de shock y paranoia.

Gabriel confiesa su culpa

Mientras Andrés lucha por unir los fragmentos de su memoria, la presión y el miedo abrumador se apoderan de Gabriel. Atrapado por su desesperación y la certeza de que su secreto saldrá a la luz, Gabriel se quiebra en un momento de debilidad espantosa.

Acorralado por las sospechas crecientes de María (quien lo presenció inyectando una sustancia al “enfermo” – posiblemente Jesús – en un episodio anterior, buscando silenciar un secreto) o por Damián, Gabriel no puede sostener más la mentira.

En una escena de alta intensidad, con la voz ahogada por el pánico y los ojos llenos de lágrimas de terror, Gabriel confiesa su participación en la conspiración. Revela, con un grito desgarrador, que no fue directamente el causante de la explosión de la Fábrica Reina, sino que fue cómplice en el encubrimiento o en la ejecución de un plan que llevó al desastre y al intento de asesinar a Andrés.

La confesión no solo desmantela su propia vida, sino que arroja una sombra de maldad directamente sobre el corazón de la familia De la Reina. El poder y la traición son las únicas herencias que quedan en la mansión. El dolor de Andrés y la culpa de Gabriel convergen, marcando un punto de no retorno para la verdad en Sueños de Libertad.