‘Sueños de libertad’: Avance del capítulo 428 del lunes, 3 de noviembre: Marta sigue sin perdonar a Digna

Aquí tienes una narrativa original inspirada en el estilo y los temas de “Sueños de libertad”, centrándome en Marta y su conflicto con Digna.

**Avance del capítulo 428 de ‘Sueños de libertad’ del lunes, 3 de noviembre: Marta sigue sin perdonar a Digna**

La tarde caía sobre la colonia como un manto gris, y una ligera llovizna comenzaba a caer, reflejando el estado emocional de Marta. Caminaba por las calles empedradas, sintiendo el peso de la rabia y la tristeza en su pecho. A medida que se acercaba a la casa de Digna, su mente se llenaba de recuerdos, de traiciones y promesas rotas.

Marta había sido amiga de Digna desde la infancia, compartiendo risas, secretos y sueños. Sin embargo, todo cambió cuando Digna tomó una decisión que arruinó sus vidas. La traición había dejado una herida profunda en su corazón, y aunque Digna había intentado disculparse, Marta no podía encontrar en su interior la capacidad de perdonar.

Al llegar a la puerta de Digna, Marta dudó. Las manos le temblaban mientras pensaba en lo que había pasado. “¿Qué haré si la veo?”, se preguntó, sintiendo que la ira comenzaba a burbujear de nuevo. Sin embargo, sabía que debía enfrentar la situación. No podía seguir huyendo de su pasado.

Sueños de libertad': Avance del capítulo 428 del lunes, 3 de noviembre: Marta  sigue sin perdonar a Digna

Con un golpe firme, llamó a la puerta. El sonido resonó en el silencio de la tarde. Pasaron unos momentos antes de que Digna apareciera, su rostro reflejando sorpresa y miedo al mismo tiempo. “Marta”, dijo, su voz temblando. “No esperaba verte”.

“Lo sé”, respondió Marta, sintiendo que la tensión se acumulaba en el aire. “Necesitamos hablar”.

Digna asintió, abriendo la puerta un poco más. “Por favor, entra”.

Marta cruzó el umbral, sintiendo que cada paso era un recordatorio de la traición. La casa de Digna estaba decorada con fotos familiares y recuerdos de tiempos felices, pero para Marta, todo eso parecía un espejismo. “¿Cómo puedes vivir aquí, rodeada de todo esto?”, preguntó, su voz llena de desdén.

“Esto es mi vida, Marta. He intentado reconstruirla después de lo que pasó”, dijo Digna, su mirada llena de tristeza.

“¿Reconstruirla? ¿Después de traicionarme?”, respondió Marta, sintiendo que la ira comenzaba a desbordarse. “No puedo creer que tengas el valor de mirarme a los ojos después de lo que hiciste”.

Digna bajó la mirada, sintiendo el peso de la culpa aplastarla. “Lo sé, y no tengo excusas. Solo quiero que sepas que lamento lo que hice. Nunca quise lastimarte”.

“Pero lo hiciste. No solo me traicionaste a mí, sino a toda nuestra amistad”, dijo Marta, sintiendo que las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos. “No puedo simplemente olvidar”.

“Entiendo que no puedas perdonarme. Pero estoy aquí, dispuesta a asumir la responsabilidad de mis acciones. Solo te pido una oportunidad para explicarme”, insistió Digna, su voz llena de desesperación.

Marta sintió un torbellino de emociones. Parte de ella quería escuchar, quería entender, pero la herida seguía fresca. “¿Qué puedes decirme que cambie lo que hiciste? ¿Que me traicionaste por tu propio beneficio? Eso no se olvida”, dijo, su voz temblando de rabia.

Digna respiró hondo, intentando mantener la calma. “Lo sé, y estoy avergonzada. Pero lo que hice no fue solo por mí. Estaba tratando de proteger a mi familia, a mi hija. No pensé en las consecuencias que tendría para ti”.

“Siempre has encontrado excusas para tus acciones. Pero esto no es solo una excusa, Digna. Esto es una traición”, replicó Marta, sintiendo que la ira la consumía.

“Lo sé. Y estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para enmendarlo. Quiero que sepas que estoy aquí para ti, si alguna vez decides que puedes darme otra oportunidad”, dijo Digna, sus ojos llenos de lágrimas.

Marta sintió un nudo en el estómago. La idea de perdonar era aterradora. “No sé si puedo. Cada vez que pienso en lo que hiciste, siento que me duele de nuevo”, confesó, sintiendo que la tristeza comenzaba a apoderarse de ella.

“Te entiendo. No espero que me perdones de inmediato. Solo quiero que sepas que estoy aquí. Estoy dispuesta a luchar por nuestra amistad, por lo que éramos”, dijo Digna, su voz llena de esperanza.

“¿Y qué pasará si no puedo? ¿Qué pasará si prefiero alejarme de ti para siempre?”, preguntó Marta, sintiendo que su corazón se rompía en mil pedazos.

“Entonces lo aceptaré. Pero quiero que sepas que siempre estaré aquí, esperando. Nunca dejaré de luchar por ti, por nuestra amistad”, respondió Digna, sintiendo que la desesperación comenzaba a apoderarse de ella.

Marta se quedó en silencio, sintiendo que la tristeza y la rabia chocaban en su interior. “No sé si puedo soportar el dolor de perderte de nuevo”, dijo, sintiendo que las lágrimas comenzaban a caer.

“Entonces no me pierdas. Estoy aquí, dispuesta a hacer lo que sea necesario para demostrarte que he cambiado”, dijo Digna, acercándose un paso más hacia ella.

Marta sintió que su corazón se debatía entre el deseo de perdonar y el miedo a ser herida de nuevo. “No puedo prometerte nada. Solo necesito tiempo”, dijo, sintiendo que la angustia la consumía.

“Lo entiendo. Tómate el tiempo que necesites. Pero recuerda que estoy aquí, y siempre estaré”, afirmó Digna, sintiendo que la esperanza comenzaba a florecer en su corazón.

Mientras Marta se daba la vuelta para irse, sintió que una parte de ella se quedaba atrás. La lucha entre el perdón y la traición la atormentaba. “No sé si alguna vez podré perdonarte, Digna. Pero sé que esto no puede quedar así”, dijo, sintiendo que el peso de la decisión la aplastaba.

“Solo quiero que sepas que estoy dispuesta a luchar por ti, por nuestra amistad. No importa cuánto tiempo pase”, respondió Digna, su voz llena de emoción.

Marta salió de la casa, sintiendo que la lluvia comenzaba a caer con más fuerza. Cada gota parecía reflejar su dolor, su confusión. Mientras caminaba, se dio cuenta de que la decisión de perdonar no sería fácil. Pero en el fondo de su corazón, sabía que la amistad que una vez compartieron merecía una segunda oportunidad.

Mientras la lluvia caía, Marta se detuvo en medio de la calle, sintiendo que el mundo a su alrededor se desvanecía. La lucha entre el amor y el odio, entre el perdón y la traición, la mantenía atrapada en un ciclo interminable. Pero también había una chispa de esperanza. Quizás, solo quizás, el tiempo podría sanar las heridas y permitirle abrir su corazón de nuevo.

Con esa idea en mente, Marta decidió que, aunque el camino sería difícil, estaba dispuesta a intentarlo. La vida era demasiado corta para vivir atrapada en el rencor, y aunque el perdón no llegaría de inmediato, estaba dispuesta a dar el primer paso hacia la sanación.

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