Gaspar pide explicaciones a Tasio, preocupado por la situación de la empresa – Sueños de Libertad
La tensión económica y emocional estalla en el corazón de la colonia en el próximo capítulo de Sueños de libertad. Lo que parecía una jornada más de incertidumbre laboral se convierte en un punto de no retorno para Tasio y el resto de los trabajadores. La fábrica, orgullo de la familia De la Reina y sustento de decenas de hogares, se tambalea al borde del precipicio, y esta vez ni las promesas ni los discursos ambiguos bastarán para sostenerla.
La escena se abre con un ambiente cargado de tensión. En el despacho de dirección, el sonido del teléfono no cesa: llamadas, reclamaciones, facturas atrasadas… todo se acumula sobre el escritorio de Tasio, que intenta mantener la compostura mientras el caos se adueña de su entorno. Entre papeles y números imposibles, se respira el peso de la responsabilidad. Entonces, la puerta se entreabre con un leve golpeteo.
—¿Se puede? —pregunta Gaspar, con su tono respetuoso, aunque sus ojos delatan la preocupación.
—No es el mejor momento, pero pasa —responde Tasio, agotado, intentando sonar sereno.
Gaspar entra con un gesto amable, sosteniendo en la mano un pincho de tortilla, un detalle casi simbólico en medio de la tormenta. “Te lo traigo por si no has tenido tiempo de comer”, dice, intentando romper la tensión. Pero detrás de esa amabilidad late una intención clara: obtener respuestas.
El silencio se vuelve incómodo. Gaspar observa el rostro de Tasio, cansado, con ojeras que delatan noches sin dormir. “Imagino que tendrás mucho trabajo intentando arreglar todo este lío, ¿no?”, comenta con cierta ironía. Tasio suspira. “Es todo un jaleo… no para de sonar el teléfono”, admite. Pero el gesto de agradecimiento hacia el pincho pronto se desvanece. Gaspar no ha ido allí solo a ofrecer comida, sino a exigir claridad.
“¿Hay alguna novedad?”, pregunta, directo. Tasio intenta mantener el discurso institucional: “Estamos barajando todas las posibilidades para solucionar este bache”. Pero Gaspar no se conforma. “Esto no es un bache, Tasio. Es una crisis con todas las letras.”

La palabra “crisis” resuena como un trueno en la estancia. Tasio intenta mantener la calma: “Y como es una crisis, Gaspar, estamos tratando de superarla.” Pero el obrero no cede. “¿Y qué va a pasar con todos los que trabajamos aquí? La gente está nerviosa. Necesitamos respuestas concretas.”
Las palabras de Gaspar son un eco de lo que piensan todos los trabajadores: miedo, incertidumbre, rabia contenida. Tasio, al límite de su paciencia, replica: “Gaspar, no me presiones. No ahora.” Pero su tono no logra disuadir al hombre, que insiste: “No quiero atacarte, Tasio, pero los ánimos están muy caldeados. La gente tiene familia. No podemos seguir con medias verdades.”
El enfrentamiento se intensifica. Tasio intenta mantener el control, pero la presión es insoportable. Finalmente, se rompe. “¿Quieres la verdad? Pues la verdad es que nos estamos yendo a la quiebra”, estalla con crudeza.
Gaspar se queda mudo, incapaz de procesar lo que acaba de escuchar. Tasio continúa, como si al fin se quitara un peso de encima: “Llevo días partiéndome el alma para encontrar un socio capitalista que invierta en esta fábrica, porque si no, estamos acabados. No habrá dinero ni para la remodelación, ni para las calderas, ni para pagar los sueldos.”
La sinceridad brutal de Tasio deja el aire cargado. “Tan mal está esto…”, murmura Gaspar, incrédulo. “Peor”, responde Tasio sin mirarlo. “Tenemos que vender, pero no queremos vender. Cada decisión nos hunde un poco más.”
El silencio posterior es sepulcral. Gaspar, con el rostro desencajado, solo acierta a asentir antes de marcharse. “Perdona, Tasio. No quería molestarte.” Y sin esperar respuesta, abandona la oficina.
Apenas unos segundos después, entra Marta, alertada por la expresión de Gaspar al cruzarse con ella en el pasillo. “¿Qué ha pasado? Acabo de verlo y parecía fuera de sí.” Tasio, exasperado, responde: “Pues que ha venido a presionarme y le he tenido que contar la verdad. Le he dicho todo lo que está pasando.”
Marta lo mira con los ojos muy abiertos. “¿Le has contado los problemas reales de la fábrica? ¿A un trabajador?” Tasio asiente, consciente de lo que eso implica. “Sí, y espero que mantenga la boca cerrada.” Pero Marta no comparte su optimismo. “Tasio, eso puede volverse en nuestra contra. La gente está asustada, y si se corre la voz, el caos será aún mayor.”
Él se pasa las manos por la cara, agotado. “Marta, no puedo más con los secretos. No solo tenemos que lidiar con nuestros propios problemas, sino también con los de todos los trabajadores. Me exigen respuestas que ni yo tengo.”
Marta, intentando devolverle algo de calma, se acerca y le toma las manos. “Respira. Encontraremos una solución”, dice con tono suave. Luego añade algo que podría cambiar el rumbo de los acontecimientos: “He hablado con Pelayo. Dice que va a aprovechar su posición para buscar posibles socios capitalistas. Quizá haya una salida.”
Tasio la escucha, pero no parece convencido. “Agradezco la ayuda de Pelayo, pero no podemos seguir soñando con promesas. Hay una propuesta concreta sobre la mesa, y creo que tanto Gabriel como nuestro padre deberían escucharla.”
La conversación se interrumpe por el sonido insistente del teléfono. Tasio lo mira sin contestar. Ambos saben que cada llamada podría ser una oportunidad… o una nueva mala noticia.

En paralelo, en la fábrica, los rumores comienzan a circular. Los trabajadores notan la tensión, las miradas preocupadas de los capataces, las órdenes contradictorias. Gaspar, aún impactado por lo que escuchó, se debate entre el deber y la lealtad. ¿Debe guardar silencio como le pidió Tasio o revelar la verdad para que todos estén preparados para lo peor?
Mientras tanto, en los despachos superiores, Damián y Gabriel continúan enfrascados en su propio pulso de poder, ajenos a que la bomba de la verdad ya ha sido activada. Pelayo, por su parte, parece moverse con soltura entre contactos e influencias, aunque sus verdaderas intenciones siguen siendo inciertas.
El episodio promete ser un punto de inflexión. La fábrica, símbolo de esfuerzo y unidad, se tambalea entre la supervivencia y el colapso. Tasio, que siempre ha intentado sostenerlo todo, se enfrenta ahora a las consecuencias de su sinceridad: ha abierto una grieta que podría costarle el control.
En el avance del siguiente capítulo, se anticipa que los rumores se extenderán como pólvora, provocando un enfrentamiento directo entre la dirección y los obreros. Gabriel podría aprovechar la crisis para avanzar sus propios planes, mientras Marta lucha por mantener la calma dentro de un caos creciente.
¿Será este el principio del fin para la fábrica de la Reina o el punto en el que renazca bajo un nuevo liderazgo? Una cosa es segura: las máscaras están cayendo, y la verdad, por fin, sale a la luz. En Sueños de libertad, nada volverá a ser igual.