Sueños de libertad del 20 al 24 de Octubre (Begoña podría perder a su bebé por culpa de María)

La casa estaba en silencio, pero el aire estaba cargado de tensión. Begoña, sentada en el sofá, acariciaba su vientre con las manos temblorosas. Sentía una conexión inquebrantable con la vida que llevaba dentro de ella, pero al mismo tiempo, no podía ignorar la sensación de miedo que la envolvía. El embarazo, que al principio había sido un regalo, ahora parecía un castigo. Y todo por culpa de María.

Desde que había llegado a su vida, María había alterado todo a su alrededor. Al principio, Begoña pensó que era solo una amiga, una presencia que podía ayudarla a sanar las heridas del pasado. Pero ahora, con cada día que pasaba, comenzaba a preguntarse si su confianza había sido un error. ¿Había algo más detrás de la amabilidad de María? ¿Algo oscuro que podría destruir todo lo que amaba?

Begoña sentía que algo estaba mal. El dolor en su abdomen no desaparecía, y el médico había hablado en voz baja, con preocupación en sus ojos. “El estrés puede afectar el embarazo, Begoña. Debes estar tranquila, pero lo que has vivido últimamente…” Su voz se apagó, pero las palabras de advertencia quedaron grabadas en su mente. María había sido la causa de su estrés, aunque nunca lo admitiría. Pero, ¿cómo probarlo?

La puerta de la casa se abrió lentamente, y María entró sin hacer ruido. Con su característica sonrisa, parecía no tener idea del caos que había causado en la vida de Begoña. “Hola, ¿cómo estás?” preguntó, su tono tan suave y cálido como siempre. Pero Begoña, que ya conocía ese tono, no pudo evitar sentir un escalofrío.

“Estoy mal, María”, dijo Begoña, levantando la vista, su voz temblorosa. “Estoy muy mal, y no sé si lo que estás haciendo es lo correcto.”

María se acercó rápidamente, colocando una mano en el hombro de Begoña. “¿Qué pasa? ¿Por qué hablas así? ¿Te sientes mal?” Su expresión era de preocupación, pero Begoña sabía que esa preocupación no era genuina.

“Te he visto, María. Sé lo que estás haciendo, y esto no es lo que necesito. Mi bebé está en peligro, y todo por tu culpa.”

María apartó la mano, visiblemente desconcertada. “¿Qué quieres decir? ¿Qué he hecho?”

Begoña se levantó del sofá, con la respiración agitada. “Desde que llegaste, mi vida se ha convertido en una pesadilla. El estrés, las discusiones, las mentiras… Todo lo que haces me está afectando, y mi bebé lo está sintiendo.”

Sueños de libertad” avance semanal del 20 al 24 de octubre: En coma y al  borde de la quiebra

“Begoña, eso no es cierto”, dijo María, su voz temblando un poco. “No estoy haciendo nada. Solo intento ayudarte, ser tu amiga. ¿No es eso lo que siempre quisiste?”

“¡No! No lo es. Porque lo que estoy viendo no es amistad, María. No sé qué quieres lograr, pero si sigues así, podría perder a mi bebé. Y no voy a dejar que eso pase.”

María dio un paso atrás, sus ojos vacilando por un momento. “No lo entiendes. Si pierdes al bebé, todo cambiará. Y eso es lo que debe pasar.”

Las palabras de María fueron como un golpe en el estómago para Begoña. Algo en su tono, algo en su mirada, no podía ignorarlo. “¿Qué quieres decir con eso?” preguntó Begoña, su voz ahora llena de angustia.

María respiró profundamente, como si estuviera tomando una decisión. “Es mejor para ti, Begoña. Es mejor para todos. No estás hecha para ser madre, no lo eres. No sabes lo que te espera. ¿Te has visto? Estás rota. El bebé… el bebé solo te está manteniendo en una mentira. Si lo pierdes, será una liberación.”

El corazón de Begoña latía con fuerza, pero no fue hasta ese momento que entendió el alcance de las palabras de María. La mujer que había confiado en ella, que parecía ser su apoyo, estaba detrás de algo mucho más oscuro. María quería destruir lo que Begoña más amaba: su futuro, su familia, su hijo. Y todo para qué… para qué?

“No… no te lo voy a permitir, María”, dijo Begoña, con voz firme. “No vas a destruir lo que tengo. Lo que mi bebé y yo tenemos. Lo que he logrado.”

María sonrió, pero era una sonrisa vacía, cruel. “Lo siento, Begoña, pero ya es demasiado tarde. No puedes escapar de lo que ya está escrito.”

Y en ese momento, el sonido de la puerta volvió a romper el silencio. Esta vez era alguien más. Alguien que Begoña no esperaba. Era Javier, su pareja. Había escuchado las palabras de Begoña desde fuera, y sabía que algo estaba terriblemente mal. Entró rápidamente, su rostro lleno de preocupación.

“¿Qué está pasando aquí?” preguntó, mirando a María con desconfianza. “Begoña, ¿estás bien?”

María intentó levantarse, pero Begoña la detuvo con una mirada. “Begoña, esto no es lo que parece”, dijo María, tratando de suavizar la situación, pero su voz ya no tenía la misma seguridad que antes. “Yo solo… solo intentaba ayudarla.”

Javier se acercó rápidamente a Begoña, tomándola de la mano. “¿Estás bien? ¿Qué le pasó? ¿De qué habla?”

Begoña, con la mente nublada por el miedo y el dolor, miró a Javier con los ojos llenos de lágrimas. “María… María quiere que pierda al bebé. Quiere que lo pierda para que pueda quedarme sin nada. Es lo que ha estado haciendo todo este tiempo.”

La cara de Javier se puso roja de ira. “¡Eso es una locura! No vas a hacerle más daño a mi mujer, ¿me oyes?” Dijo, mirando a María con un odio palpable.

María, sintiendo que ya había perdido el control, se dio vuelta para irse, pero antes de salir, dijo una última cosa, casi en un susurro. “No entienden, pero lo entenderán tarde o temprano. La verdad siempre sale a la luz.”

Begoña se quedó allí, con el corazón destrozado, pero con la fuerza de proteger a su bebé y a su familia. Esa noche, el miedo que había sentido se transformó en una determinación inquebrantable. No iba a dejar que nadie, ni siquiera María, destruyera lo que más amaba.