Sueños de libertad Avance semanal del 29 al 3 de octubre (El hijo secreto de Begoña, ¿qué pasará?)
En la recta final de septiembre, entre el 29 de septiembre y el 3 de octubre, la colonia de La Reina se verá sacudida por una sucesión de conflictos que pondrán a prueba la resistencia y los lazos de quienes la habitan. La atmósfera, densa y cargada, ya no es simplemente pena: guarda secretos que nadie se atreve a exponer y un duelo que, lejos de calmar, reaviva rencores dormidos durante años.
La muerte de don Pedro no cerró asuntos; en realidad, actuó como chispa que reavivó brasas escondidas. Su ausencia, como una piedra arrojada al estanque, generó ondas incontrolables que arrastran a cada persona hacia destinos imprevistos. La calma aparente se ha transformado en corriente tumultuosa en la que incluso quienes confiaban en su estabilidad sienten el peligro de ser arrastrados. En medio de esa inquietud, Begoña guarda un secreto capaz de trastocar el equilibrio: está embarazada, pero rehúsa contárselo a Gabriel porque la desconfianza que siente hacia él es mayor que cualquier deseo de abrirse.
Gabriel, por su parte, permanece obsesionado con su ambicioso plan; sin embargo, empieza a percibir que los cimientos de lo construido se agrietan. La colonia, que parecía asentada sobre costumbres inamovibles y relaciones firmes, enfrenta ahora una fractura. Septiembre se despide dejándoles un frío desafío y dando paso a una semana en la que certezas se deshacen y nuevas alianzas se forjan desde la necesidad. Lealtades de siempre resquebrajan como vidrio bajo presión.
Lo venidero será un crisol emocional: cada decisión marcará un antes y un después y nadie escapará indemne. El silencio, la sospecha y las verdades a medias obligarán a todos a mirarse cara a cara. El lunes arranca con despedidas y verdades soterradas.
El cielo amaneció gris, acorde con la tristeza de la colonia. Era el funeral de don Pedro y, mientras los vecinos rodeaban el ataúd con llanto y consuelo, Gabriel caminaba como quien atraviesa un escenario que le resulta ajeno. Para él, el duelo olía a montaje: su pensar estaba lleno de sospechas y certezas incompletas. Buscó con la mirada a Pelayo y lo encontró cerca del panteón, rígido, incómodo. En Gabriel se confirmó lo que venía sospechando: Pelayo lo había traicionado, revelando las cartas de Bernardo y desbaratando sus planes. Con fría calma lo confrontó; Pelayo intentó disimular, pero su nerviosismo lo delató. Gabriel, satisfecho y peligroso, pensó que había descubierto al eslabón más débil.
A poca distancia, Digna observaba la sepultura sin lágrimas ni remordimientos: su semblante mostraba alivio más que dolor. Para ella, don Pedro había sido fuente de desgracias familiares y su muerte era la posibilidad de enterrarlo definitivamente. Damián, testigo silencioso, sintió que lo ocurrido no cerraba nada sino que desencadenaba su propia carga moral.
Mientras tanto, en la fábrica la rutina continuaba con poca tregua. Andrés ocupó el centro con seguridad, dirigiendo la saponificación y generando inquietud en Tacio, quien siempre lo había visto como apoyo; ahora lo percibía como amenaza. Tacio, abrumado, confesó sentirse incapaz de sobrellevar la presión y le pidió a Andrés que asumiera el mando oficialmente por el bien de la familia. Andrés, sorprendido, recibió la petición que marcaría un giro en el liderazgo de la empresa.
Marta, incapaz de soportar la pesada atmósfera del entierro, buscó refugio en el cuarto de revelado de Fina, un santuario de luz roja y olor químico que guardaba sus recuerdos. Pelayo, al no encontrarla en el cementerio, la buscó desesperado hasta hallar la fotografía a medio revelar que ella acunaba: ese lazo con el pasado era un puñal que la consumía. Su discusión destapó heridas: Pelayo la suplicó seguir adelante, pero ella, con un frío reproche, le recordó que también él había forzado decisiones y obligaciones que habían marcado su vida.

La noche envolvió la colonia como una losa. Damián, atormentado por la conversación de Digna en el cementerio, acudió a ella para confesar lo que llevaba dentro: la verdad sobre la muerte de Jesús. Lo que Digna le reveló luego a sus hijos fue un relato desgarrado sobre la trágica discusión que terminó en una caída fatal: Damián no fue un asesino a sangre fría, pero sí alguien que ocultó la verdad durante años y permitió que la culpa se instalara sobre otros.
En otra parte, Gabriel se esforzaba en tejer nuevas excusas para sostener su fachada. Le dijo a Begoña que tenía una cena de trabajo, cuando la realidad era que Isabel —su antigua secretaria y sombra del pasado— había reaparecido reclamando lo que consideraba suyo. Isabel buscó a Gabriel en un café y le propuso huir a París, casarse y empezar otra vida lejos de la colonia; su reaparición fue una amenaza para el plan perfecto de Gabriel. Además, la presencia de Gabriel en fotografías familiares con el gobernador y la familia de La Reina despertó las sospechas de Isabel y puso al descubierto las mentiras sobre su posición y su identidad.
Isabel, herida y furiosa, no tardó en confirmar sus sospechas. Tras una visita tensa a la fábrica, su confrontación con la verdad detonó una cadena de reacciones: fue a hablar con Gema, exigió hablar con Gabriel y, desde el primer enfrentamiento en los senderos de la colonia, dejó claro que no toleraría ser manipulada.
En la lectura del testamento, la sorpresa fue mayúscula: don Pedro, a su manera, quiso equilibrar cuentas y repartir su legado con una generosidad inesperada. Digna, Irene, Cristina y hasta Claudia recibieron legados y participaciones que alteraron el equilibrio de poder. Parecía que, aun desde la tumba, Pedro buscaba enmendar cosas.
La revelación de Isabel dejó a Gabriel fuera de control; su frustración explotó con la pequeña Julia y estalló en un reproche hacia Begoña, quien sintió en lo más profundo el frío de la mentira. Begoña, con náuseas y cansancio, comenzó a sospechar que algo más grande habitaba en su interior: la posibilidad de un embarazo la llenó de vertigo, alegría y miedo a partes iguales.
Las sospechas se acumularon: una llamada avisó que Isabel volvería y Gabriel, presa del pánico, huyó de la casa con la excusa de un viaje urgente a Madrid. Pero mientras él corría, otros hilos se tensaban: Isabel descubrió la verdadera naturaleza del papel de Gabriel, comprendiendo que había sido utilizada en un juego de ambiciones; decidió enfrentarlo y denunciar la verdad.
Gabriel, desesperado, buscó aliados y recibió un consejo frío: no combatir a Isabel, sino comprarla con promesas, hacerla socia de su venganza. María, sin empatía, le sugirió manipularla nuevamente, ofreciéndole la mitad y la seducción de la revancha.
En la fábrica, Carmen tomó las riendas con audacia y propuso una campaña arriesgada para el perfume, dispuesta a imponer cambios sin pedir permiso. Mientras tanto, Marta decidió apartarse temporalmente para recomponer su vida, confiando el liderazgo a Carmen y cediendo el control por su propia sanación.
Los conflictos personales —besos malogrados, celos, ambiciones— se entrelazan con las intrigas y los secretos. Isabel, al final, decide llamar a Damián desde el apartamento de Gabriel y cambiar las reglas del juego: su llamada detona una nueva ola de incertidumbres. El jueves, con confesiones que pueden destruir y alianzas que se forman por conveniencia, todo indica que la colonia no será la misma.
Esta es la semana en la que las máscaras caen y los personajes se enfrentan a la verdad —un tiempo en el que cada gesto, cada palabra y cada silencio construyen el mapa de lo que será su futuro.